Todo el ritmo de la vida pasa…
La recomendada y conveniente reclusión sanitaria que los expertos de la salud pública divulgan en los reiterativos medios de comunicación, ahora está entrando a fase de mayor criticidad por la llegada de los frentes fríos. Y todo, sin chistar, se entiende a la perfección: los cuadros de covid-19, influenza y gripe navegando juntos en la atmósfera vulnerable de nuestra geografía endémica, no presagian un horizonte precisamente halagador. Pero bueno, ya todo se ha ido acomodando. Las prácticas para mantener cuidados y evitar contagios han ido siendo asimiladas con todo y su parafernalia entre las voluntades urbanas y rurales que, ahora, procuran acatar cuanta advertencia surja para seguir viviendo en este más que memorable 2020.
Las personas que imprimen mayor respeto al encierro, con seguridad, sienten ya la opresión de sus muros hogareños y, a ratos, quizás, hasta los imaginen como verdaderas paredes de lamentos. Desde luego habrá gente que, con osadía, dé vuelta a la manzana que corresponde a su domicilio o, con interés, esté pegado a los medios de comunicación para saber lo que en el entorno cercano acontece. A su servidor, estimado lector, le sucede que escucha noticias sobre los temporales cambios de vialidad en la ciudad y sin tener idea, le surge la pregunta de cómo transitará, cuando ya sea necesario; otra cosa que por supuesto causa sorpresa es la facilidad de manejo de los sistemas digitales que están adquiriendo los chicos de la “generación Alfa” (llamada así por la primera letra del alfabeto griego al haber nacido ya completamente en el siglo XXI). Y sin hacer a un lado las penosas noticias de pobrezas, enfermedades, ineptitudes, desalientos, desesperanzas y decesos, queda claro que el planeta avanza con su velocidad acostumbrada y que León Felipe, el fallecido poeta español, tenía razón cuando escribía, recluido en una casa en la que estaba de posada: “Todo el ritmo de la vida pasa por este cristal de mi ventana… ¡Y la muerte también pasa!”.
Y bueno, sin vislumbrar un futuro totalmente libre de ataduras, habrá que clamar por cielo mar y tierra para que las buenas “vibras” se conjuguen y den paso a un modesto y sano convivir de los mortales; aclarando que al término “mortales” se le dé la connotación de personas que bien moran en el orbe y no al que aplique como un sinónimo funesto.