Corredor Industrial

Confieso que he sido Marta…

- Dante Gabriel Jiménez Muñoz Ledo

Lucas 10, 38-42

~ Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas ~

Hoy en día, cuando estamos acostumbra­dos a evaluar todo desde el criterio de la productivi­dad y la eficiencia, el pasaje de las amigas de Jesús puede modificar nuestra actitud frenética, que tarde o temprano nos lleva a endurecer el corazón y a sufrir en nuestro espíritu.

La imagen de Marta y María representa dos grupos diferentes de seguidores de Jesús: Marta, a los que proceden del judaísmo, donde encajan los doce; y María, a quienes proceden de Samaria o comunidad no judía, que se insertan en el grupo de los setenta y dos. Marta recibe a Jesús, pero no pone atención para escuchar y aprender de él. María aparece en segundo plano, pero es la que lo acoge a plenitud. A los pies del Señor. Nos recuerda a la pecadora (7,38. 44-46).

¿Con cuál de los dos grupos nos identifica­mos? Es probable que, de momento, con el de Marta. Si revisamos nuestras actitudes de la vida cotidiana, encontrare­mos que en ocasiones intentamos arrastrar a nuestros hermanos a una actividad dispersa, sin mensaje, inútil para lo que es trascenden­te. Como cuando nos llenamos de trabajo y preocupaci­ones que ahogan el mensaje para luego remendar nuestra práctica religiosa con legalismos o ritos que poco consiguen satisfacer la necesidad que tenemos de Dios.

Hoy aprendemos que el modo de seguir a Jesús no se puede imponer. Por más que nos parezca exagerado, María estaba plena, quizás imaginativ­a y creativa, mientras escuchaba a Jesús.

Centremos nuestra atención en las palabras de Jesús: María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada.

Busquemos también nosotros lo que no se nos pueda quitar. Escuchemos a Jesús con inteligenc­ia, con libertad y amor, sin permitir que nadie contamine nuestra necesidad de escucha. Pero tratemos de equilibrar nuestra vida con una sana unidad entre la oración y la acción, es decir, entre el amor total a Dios y el amor a nuestros hermanos.

Alguien ha dicho: no por hacer las cosas del Señor, olvidemos al Señor de las cosas.

Oración:

Señor Jesús, confieso que he sido Marta la mayor parte de mi vida. Me pesa haber desperdici­ado tanto tiempo, distraído en la ideología de la excelencia y la productivi­dad. Ahora, cuando escucho este episodio de tu vida, me viene el deseo de escoger la mejor parte, la que nadie me podrá quitar. Instrúyeme todas las veces que me ponga a los pies de tu Palabra, y abre mi inteligenc­ia para ver lo que vieron tus primeras amigas.

Permite que en casa te recibamos igual que María, aunque todavía estemos algunas Martas y Lázaros. Haz de nuestra casa una nueva Betsaida y ven todos los días a hablarnos de ti, de tu Padre, del Espíritu, de tus mejores amigos a lo largo de estos dos mil años, y de nuestro futuro en el Reino de los cielos. Amén.

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