Corredor Industrial

Don Remisio

- Catón

Habitación 210 del popular Motel Kamawa. La sabidora mujer vio por primera vez al natural a su galán, de nombre Meñico Maldotado, y le preguntó con acento desabrido: “¿A quién crees que vas a satisfacer con eso?”. Respondió él con una gran sonrisa: “A mí”... Lady Loosebloom­ers se molestaba porque su marido, lord Feebledick, andaba siempre azumbrado, esto es decir medio beodo. Un día le dijo con dramático acento a lo Eleonora Duse: “¡Labios que tocan el licor jamás tocarán los míos!”. Milord quedó en silencio. Lady Loosebloom­ers pensó que sus palabras lo habían impresiona­do. Le preguntó: “¿Por qué callas, Feebledick?”. Respondió él: “Creo que no me será difícil escoger entre labios de 50 años y whiskey de 75”... El doctor Duerf, célebre analista, le dijo muy irritado a su paciente: “Don Remisio: no llegaremos a ninguna parte si cada vez que le hago una pregunta usted me contesta: ‘Qué chingaos le importa’”... Se conserva todavía en el Potrero de Ábrego el mapa de la República Mexicana que en tiempos de Lázaro Cárdenas colgó en una de las cuatro paredes de la Escuela Primaria Cuauhtémoc de ese ejido. Impreso en una gruesa tela como de hule, es negro con la impresión del dibujo en color blanco. Arriba muestra una inscripció­n escrita en letras grandes: “Esta es mi Patria”. Los habitantes del Potrero han sido siempre liberales. Combatiero­n contra el francés, después contra Vidaurri y luego, cuando la Revolución, fueron primero maderistas y luego carrancist­as. No se opusieron a la Reforma Agraria, aunque el padre de mi esposa -trabajo me cuesta decirle suegro a ese segundo padre mío- lloraba cuando oía la canción llamada “Cuatro milpas”. Él fue el último dueño de la hacienda. Los campesinos se resistían a recibir las parcelas que les entregaba el enviado del Gobierno, y sólo las admitieron, algunos de ellos con los ojos húmedos, cuando don Jesús, antes de irse al Saltillo por motivos de salud, les dio personalme­nte los papeles. “Tómenlos, muchachos -les decía-. Ahora estas tierras son de ustedes. Cuídenlas, por favor. Fueron mis hijas”. En aquellos años el amor a la tierra y el amor a la Patria eran una misma cosa. Veo aquel mapa y me pregunto si a los niños de hoy sus maestros les imbuyen ese mismo amor. Tanta maldad se ve, tan grandes crímenes, que se diría que quienes los cometen jamás oyeron hablar de una Patria a la que debemos amar y preservar. Yo, que la conozco toda, la pongo ahora en mi imaginació­n con sus bosques, sus selvas, sus desiertos y montañas; con sus mares, sus ríos y sus lagos; con sus pirámides y sus templos virreinale­s; con sus artesanías y su arte; con su rica y variadísim­a gastronomí­a; con sus mujeres nobles y sus hombres buenos, y digo lo que se lee en aquel antiguo mapa que en el Potrero se conserva: “Esta es mi Patria”... Un hombre iba todas las mañanas a pescar con anzuelo en el muelle. Jamás pescaba nada. Eso lo irritaba, y más porque veía a una mujer que llegaba, tiraba su anzuelo y en un rato sacaba varios peces, tras de lo cual se iba a su casa muy contenta. Un día no pudo contenerse y le preguntó qué cebo usaba. “El mismo que usted” -respondió ella. “Y entonces -quiso saber el pescador- ¿por qué su suerte es tan distinta de la mía?”. “Tengo un pequeño secreto -le confió la mujer-. Antes de venir a pescar observo a mi esposo, dormido, y me fijo de qué lado tiene inclinada su parte de varón. Si la tiene hacia el lado derecho, tiro el anzuelo hacia el lado derecho del muelle. Si la tiene hacia el lado izquierdo lo tiro de ese lado”. Preguntó con curiosidad el pescador: “¿Y si no la tiene inclinada?”. Respondió la señora: “Entonces de pendeja vengo a pescar”. FIN.

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