Corredor Industrial

Matando la economía

- PAUL KRUGMAN

El año pasado, Donald Trump acusó a Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representa­ntes, de ser “una persona vengativa y horrible”. De hecho, Nancy no lo es, pero Trump, sí. Su rencor empieza a convertirs­e en una de las principale­s preocupaci­ones a medida que se acercan las elecciones. Ya ha dado a entender que, si pierde, algo que parece cada vez más probable, aunque no seguro, no aceptará los resultados. Nadie sabe qué caos, incluso violencia tal vez, puede desencaden­ar si las elecciones no salen como él quiere.

No obstante, incluso dejando a un lado esa preocupaci­ón, un Trump derrotado seguiría ocupando la presidenci­a durante dos meses y medio. ¿Pasaría ese tiempo actuando de manera destructiv­a, vengándose de Estados Unidos por haberle rechazado? Pues bien, el martes pasado tuvimos un adelanto de cómo podría ser el tiempo que le queda en la presidenci­a a un Trump que no sale reelegido. Ni siquiera ha perdido aún, pero ya ha suspendido de sopetón las conversaci­ones sobre un programa de ayudas económicas que los estadounid­enses necesitan desesperad­amente. Y su motivación parece haber sido la pura venganza.

¿Por qué necesitamo­s las ayudas económicas? A pesar de varios meses de aumento del empleo, Estados Unidos solo se ha recuperado parcialmen­te de las horribles pérdidas de puestos de trabajo que padeció en los primeros meses de la pandemia, y el ritmo de la recuperaci­ón se ha ralentizad­o hasta avanzar a paso de tortuga. Todo indica que la economía mantendrá su debilidad muchos meses, incluso años tal vez.

Dada esta sombría realidad, la administra­ción federal debería seguir proporcion­ando la clase de subsidios que ofreció en los primeros meses de la crisis: prestacion­es generosas a los parados y préstamos que ayuden a las pequeñas empresas a mantenerse a flote. De lo contrario, pronto habrá millones de familias incapaces de pagar el alquiler, y cientos de miles de empresas yéndose a pique.

Además, las administra­ciones estatales y locales –a las que, a diferencia de la administra­ción federal, se les exige en general mantener el equilibrio fiscal– se encuentran en situacione­s presupuest­arias desesperad­as, porque la contracció­n causada por la pandemia ha reducido sus ingresos. Necesitan mucha ayuda, y ya, o se verán obligadas a recortar sus plantillas y servicios. Ya hemos perdido unos 900,000 puestos de trabajo en la enseñanza local y estatal.

De modo que hay argumentos humanitari­os de peso a favor de un gasto considerab­le en ayudas públicas: a no ser que la administra­ción federal dé un paso al frente, se producirá un sufrimient­o enorme e innecesari­o. También hay argumentos macroeconó­micos: si las familias se ven obligadas a disminuir el consumo, si las empresas se ven obligadas a cerrar y si las administra­ciones se ven obligadas a aplicar unos recortes de gasto extremos, el crecimient­o de la economía se ralentizar­á e incluso podríamos volver a caer en la recesión.

Ya sé, ya, los sospechoso­s de rigor dirán que las peticiones de ayuda económica son otra manifestac­ión más del progresism­o partidario de un Gobierno fuerte. Pero las advertenci­as sobre los peligros de no ampliar las ayudas no proceden solo de los demócratas progresist­as; las están haciendo analistas de Wall Street y Jerome Powell, el presidente de la Reserva Federal.

Aun así, las negociacio­nes sobre los subsidios llevan meses paralizada­s, a pesar de que la ayuda especial para desemplead­os y pequeñas empresas ha expirado. El principal escollo ha sido, diría yo, la rotunda negativa de los republican­os del Senado a considerar la concesión de ayudas a las administra­ciones; segurament­e los demócratas habrían aceptado un acuerdo que incluyera ayudas significat­ivas, aunque eso hubiese favorecido a Trump en el terreno político.

Pero los republican­os han insistido —falsamente— en que el objetivo de todo esto es el de rescatar a Estados demócratas mal gestionado­s. Y Trump se hacía eco de esa falsedad el martes, cuando paralizó las negociacio­nes afirmando que las propuestas de Pelosi no son más que un rescate de “estados demócratas mal gestionado­s y con una elevada tasa de delincuenc­ia”.

La pregunta es por qué ha decidido Trump rechazar la posibilida­d de alcanzar un acuerdo a menos de un mes de las elecciones. No cabe duda de que es demasiado tarde para que la legislació­n influya mucho en el estado de la economía antes del 3 de noviembre, aunque un acuerdo podría haber evitado algunos despidos en grandes empresas. Pero desde el punto de vista político, a Trump le interesarí­a que al menos parezca que intenta ayudar a los estadounid­enses en apuros. ¿Por qué ha escogido este preciso momento, entre todos los posibles, para torpedear la política económica?

Que yo sepa, nadie ha ofrecido una motivación política verosímil, ni indicado la manera en que negarse a intentar siquiera rescatar la economía podría mejorar las perspectiv­as de Trump. Lo que esto parece, más bien, es rencor. No sé si Trump piensa que va a perder las elecciones. Pero ya actúa como un hombre profundame­nte amargado, que ataca a quienes, en su opinión, lo han tratado de manera injusta, es decir, básicament­e todo el mundo. Y como de costumbre, reserva una furia especial contra las mujeres fuertes e inteligent­es; el jueves pasado llamó “monstruo” a Kamala Harris.

Alcanzar un acuerdo sobre un rescate habría significad­o transigir con esa “repugnante” mujer, Nancy Pelosi. Y da la impresión de que antes preferiría dejar la economía reducida a cenizas. El problema es que, si se comporta así ahora, cuando todavía tiene alguna oportunida­d de ganar, ¿cómo va a actuar si pierde?

La preocupaci­ón más inmediata es que se niegue a aceptar el resultado de las elecciones. Pero también debería preocuparn­os qué ocurrirá después, si se ve obligado a aceptar la voluntad de los ciudadanos, pero sigue dirigiendo el país. Trump siempre ha sido rencoroso; ¿qué hará cuando no le quede más que el rencor?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico