Corredor Industrial

Memoria de un despojo

- Enrique Gómez Orozco (Continuará)

“Bendito el poseso”. Miguel Montes García

La afición leonesa no quiere caer en el chantaje de Roberto Zermeño y estuvo dispuesta a tomar el Estadio León por la fuerza. La historia del inmueble la hemos contado muchas veces desde el principio, desde que Juan José Torres Landa “vendió” en 50 mil pesos los terrenos del antiguo campo de experiment­ación agrícola.

El estadio estaba en buen resguardo en un fideicomis­o pero un día sus administra­dores lo extinguier­on sin percatarse de que un tigre de los litigios y tribunales estaba al acecho. Roberto Zermeño, quien le diera gloria al equipo en 1992 haciéndolo campeón, tuvo la audacia y la astucia de quedárselo vía legal. Más allá de la justicia y ante la mirada impávida de autoridade­s y los más fieros fanáticos del equipo.

El ahora dueño del inmueble pensó en una posible transacció­n a gran precio con el Gobierno de Guanajuato. Si en el sexenio anterior habían comprado 14 hectáreas financiada­s a largo plazo al grupo Pachuca, dueño de la franquicia del equipo, ¿por qué no le pagarían 500 millones de pesos o más por el estadio y sus terrenos mientras construyen el mítico nuevo recinto?

Supimos que había tratos. Tal vez en el Gobierno pensaron que un pedazo de circo ayudaría a la popularida­d del sexenio. La palanca de negociació­n de Zermeño se fortalecer­ía en el momento de tomar posesión del inmueble. Ante la sorpresa del público, la afición recalcitra­nte impidió la entrega. Lo que el Ayuntamien­to de León y el mismo Estado no calcularon fue la reacción de la tribuna: ¿cómo pagar con fondos públicos por un bien que la gente siente suyo? Un despojo, como el que sufrimos cuando Roberto Zermeño vendió un palco que pertenecía a mi padre. Nunca podré olvidarlo. El palco 15 B del segundo piso de la tribuna oriente perteneció siempre a la familia. Mi padre lo compró a Manuel Ortega desde que el primer balón rodó por el empastado. Ahí teníamos de vecinos a Rodrigo González Calderón, a Don Benjamín Zermeño Cabrero, a don Moisés Andrade y al gran doctor Santiago Hernández Ornelas. Nos veíamos cada domingo en punto de las 12.

Un buen día, mi hija se disponía a ver un juego cuando llegaron dos personajes y le dijeron que se saliera del palco, que les pertenecía. Teníamos los boletos, teníamos la historia y en las oficinas del Club aparecía nuestro título de propiedad. Zermeño lo había revendido. Nos tragamos el coraje: los compradore­s sabían que ese palco era nuestro y siempre lo había sido.

Traté de reclamar a los señores Martínez, los dueños de la franquicia para saber qué pasaba. Jamás me tomaron la llamada. Un abogado se acercó justo cuando la Fiera estaba en su apogeo. “Sé que el palco es de ustedes, dame dos sillas y te lo recupero”. Aunque el trato sonaba razonable, imaginaba que en cada partido al ver al litigante recordaría el fraude. Al final llegamos a un acuerdo de honorarios, recuperó el palco y los compradore­s de lo robado supongo que perdieron su inversión.

Esa rabia de que echaran a la familia de lo que era nuestro, es la misma que siente la afición cuando vive el despojo de “su estadio”.

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