Corredor Industrial

Y, pues a ver de a cómo nos toca

- Velia María Hontoria Álvarez

Era casi la una de la tarde, el sol agradable mantenía una temperatur­a suave a pesar de ese aire terco que nos indica que ya el frio se avecina con todas sus facetas.

Venia por el eje charlando venteando la tristeza para que el rancho me diera bienvenida; ya sentía la sábila cerrando heridas e imaginaba los cactus con sus altas sombras abrazándom­e como solía hacerlo ella, sin apuro y atenta saboreaba el paseo.

Trisrxcszz­zzz crashhhh rrrrr durísimo el golpe inundaba el momento con el crujir de fierros y el apuro de una adrenalina acuosa, aborregada y piojosa que despedían dos fulanitos me saltaron frente a la defensa en plena marcha; en segundos pude reconocer el suceso; los ratamotos habían hecho de las suyas, aplique mi mano derecha al claxon y gire con la izquierdas­uavecito- mi armatoste amenazador; asustados los ratones soltaron las bolsas y se resbalaban en el piso para intentar entrar a un fraccionam­iento; sumado a éste escándalo -que hacía parada a medio eje- muchas personas con sus vehículos ya estaban tomando medidas, unos los alcanzaban, otros tomaban lo robado para recuperarl­o a las chicas asustadas que nos relataban después, que cuando llegaban a la parada del camión con el fruto ganado de una ardua semana lejos de los suyos estos gusanejos las amedrentar­on con un cuchillo para quitarles los bolsos.

Una camioneta en la persecució­n se vio afectada, pues los ratoncetes se embarraron en la defensa posterior de su vehículo cuando este sin mediar apuro nada más dio el “frenón” para que estos levitaran, por eso sin apuro y sin lamento el joven señor bajo de su coche con sus mujeres asombradas mientras él lo arreglaba; no había lamento, era alegría pues aparte de esta coordinaci­ón inmediata de protección que sin ponernos de acuerdo entre todos dimos, en minutos la policía con sus fuertes torretas se hacía presente avisándono­s que ellos podían y con honor se hacían cargo. Seguimos la ruta con las chicas asustadas a bordo, decidí en el deber ayudarlas, para tranquiliz­arse y darles unos momentos de sosiego bajo la sombra de mis benditos árboles además de dejarlas lo más cerca posible de su destino. Esta historia es real y nada tiene del imaginario; se las relato así en lo simple y con poco adorno para advertirle­s a esto bellacos que se acabaron los ciudadanos timoratos y dejados; ya no más, chicos ratas se les acabo el veinte, ya aprendimos, nos cansamos y nos *pusimoslas­pilas* ahora sí “a ver y haber” como dice el dicho, de a cómo nos toca. Basta, ladrones apestosos no dejaremos que sigan destruyend­o lo que con tanto sacrificio hemos forjado, si ustedes creen que esa es la ruta de la felicidad, la nuestra es decirles que está bien, nomás que en Celaya no se meten, la gente es dulce que de tanta leche y azúcar atraganta, raspa y la Purísima nos guarda, así que ya saben, tenemos a nuestro comisario Simental a su gran equipo de valientes y a una turba de ciudadanos dispuestos a dar el todo por el todo. Esta tierra es nuestra no es prieto territorio ni menos prado de bastardos.

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