Compasión
En espacios inesperados, de repente, se escuchan versadas opiniones sobre términos del lenguaje que nos obligan a hacer un alto en lo caótico del diario acontecer. Oír, por ejemplo, sobre el origen y procedencia de la palabra “compasión”, puede resultar, según el estado de ánimo, un extraordinario momento de reflexión. Se dice que el termino viene del latín compassio y significa “sentimiento de tristeza que se siente al ver padecer a otro” y que sus componentes léxicos son: el prefijo con (Convergencia o reunión), patior (padecer o sufrir) y el sufijo ción (acción o efecto).
De llegar a considerar que la definición arriba escrita es aceptable para la palabra “compasión”, cabe, en una observación retrospectiva, preguntarse si las relaciones humano-naturaleza, humano-nación, humano- religión, humano-sociedad y humanofamilia se rigen ahora, en los momentos de padecimiento o necesidad, bajo la condición del término que aquí se trata; es decir, si estamos haciendo buen uso de lo que la expresión significa. Por lo sabido de la muerte de Abel, Caín le provocó un golpe mortal y contundente empuñando una quijada de burro; pero bueno los tiempos eran tan remotos que las expresiones verbales no tenían la riqueza de nuestro tiempo y de seguro Caín no sabía ni que el vocablo “compasión” existiera. También de años lejanos, pero con milenios de proximidad se recuerda la acción ejemplar, ya identificada como “compasión”, del “buen Samaritano”: hombre que llenó de bondades desinteresadas a una persona maltratada y abandonada, por unos rufianes, a la vera del camino por donde él ocasionalmente hacia su travesía.
Con la abundancia de sinónimos para la expresión analizada, sean: lástima, clemencia, caridad, sentimiento e, incluso, empatía, en la actualidad hay que tener algún cuidado con el uso de las sustituciones. Vaya, por ejemplo: tener “compasion” por los menos afortunados es, desde luego una voz de mayor intensidad que el de empatía. Y, sin embargo, el detalle que no hay que omitir hoy en día es que la “compasión” pueda llegar a esconder un velado interés mezquino, bajo disfraces de lo misericordioso: los sueldos devengados no son limosnas, los pobres no son votos, las caridades no son armas enajenantes, la salud, la educación y un trabajo digno no son dadivas.
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