¿Te preocupas o te obsesionas?
›› Las ideas recurrentes son normales, pero si no se frenan a tiempo pueden requerir ayuda profesional. Así se evita llegar a los extremos
Llevas un largo rato pensando —y repasando— cómo llegarás al día 30 del mes, sin dejar de prestar atención a los pomos de las puertas, la encimera de la cocina y cada grifo de la casa, desinfectante en mano. Que no quede ni un virus.
Y no es tu única preocupación; tampoco consigues quitarte de encima el agobio de haber dejado abierta la ventana de la casa, ¿y si entran a robar? La cabeza no para…
Toma aire. No eres la única persona a quien le pasa. Que te asalten las preocupaciones es lo normal, no es una obsesión… Por ahora.
Nunca habías tenido tantos escrúpulos, así que te preocupa la cantidad de veces que te lavas las manos, y te sientes un extraño cuando evitas un asiento libre en el autobús solo porque le ves mala cara a la persona que lo ocupaba. Es comprensible después de un par de meses de confinamiento y una espiral informativa que no cesa.
Pero también es un poco inquietante. Aún no se cuenta con suficientes datos, pero se sabe que “quienes a principios de año ya reducían sus compulsiones, lavándose menos veces las manos, tomando el autobús o realizando solo una comprobación, ahora, con las recomendaciones sanitarias, han retrocedido tres casillas”, dice el psicólogo clínico Enrique García Huete, en referencia a pacientes obsesivos.
“En consulta se ve que han vuelto a sus obsesiones hasta el punto de lavarse las manos durante 10 minutos, dañándose la piel”, añade el director de Quality Psicólogos. Hasta ese extremo llegan. ¿Y si te acaba pasando a ti lo mismo?
El problema es que uno no tiene una obsesión de un día para otro. “Al principio son imperceptibles, luego van creciendo, pero no te parecen graves; después reconoces que tienes una obsesión e intentas arreglarla tú solo hasta que empiezas a tener problemas en el trabajo, la familia, los amigos…”, resume García Huete.
De ahí que reconocer el grado de intensidad es clave para frenarla antes de que comience a ser dañina. Si no supone grandes problemas en la vida cotidiana y uno puede lidiar con ella, es posible dejarla fluir y desbloquearla con técnicas de relajación, control del pensamiento y, sobre todo, con la exposición al miedo del que nace dicha obsesión.
Si esto no funciona, o no se hace nada al respecto, las consecuencias pueden ser desastrosas: “Finalmente llega ese momento en el que tu vida deja de ser vida”.
Ejercicios para neutralizarla
“Imagínate a una abuela que enciende una velita a la virgen para que a su nieto le vaya bien en el examen. O las tonadillas que se incrustan en tu cerebro y no te puedes quitar de encima. Son ejemplos de actos repetitivos en los que hay un modelo social que los mantiene”, dice el especialista.
No le hacen daño a nadie ni suponen un problema en la vida cotidiana. No hace falta erradicarlas, como sucede con las obsesiones que señala el DSM-5, el manual de referencia de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales.
El documento de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) las define como pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes, que se presentan de modo intrusivo e indeseado, causando malestar... Son involuntarias y desagradables, y se reconocen porque te roban valioso tiempo de tu día a día.
“Has tardado tanto en tus rituales de higiene antes de salir de casa, duchándote y volviéndote a duchar, que no consigues llegar a la hora a tu trabajo”, ejemplifica el psicólogo. O “ya no quedas con tus amigos porque tardas tantísimo en dejar los grifos cerrados, las luces apagadas, el gas desconectado, todo comprobado una y otra vez, que se te pasa la hora”.
Quienes están atrapados en esaportan tos pensamientos tratan de ignorarlos ayudándose con pequeñas compulsiones.
Por ejemplo, para no contaminarte te lavas las manos no una sino 10 veces o 60. Es una manera de reducir el malestar y evitar que ocurra un daño que, objetivamente, es improbable. Si bien estos pequeños engaños solucionan momentáneamente los síntomas del problema, no son la solución y a veces poco, o nada, tienen que ver con la causa de la obsesión.
Esta neutralización es contraproducente; puede disminuir la ansiedad, pero a la larga crea un círculo vicioso en el que lo que se supone que es una forma de acabar con la obsesión es aquello que precisamente la alimenta. Al final, en lugar de olvidarla, uno le da más importancia.
cortar la retroalimentación de esta conducta, claramente perniciosa, se pueden tomar varias precauciones.
“Como cuando la ansiedad sube tratas de cortarla revisando muchas veces, el primer ejercicio es pensar en lo absurdo de hacerlo (lavarse bien las manos una vez debería bastar, y hacerlo dos debería dar plenas garantías); lo segundo, reducir poco a poco las comprobaciones. Si tu temor es contagiarte en el autobús, un tercer ejercicio es tomarlo y limpiarte las manos con gel hidroalcohólico tras tocar pomos, barras, puertas..., pero hacerlo una sola vez. Si la obsesión se agrava, es hora de consultarlo, no dejarlo para más adelante, cuando quizá ya sea demasiado tarde”, recomienda el experto.