Corredor Industrial

Urge compartir las buenas noticias

- Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Domingo mundial de las misiones

“¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!” (Rom. 10). En este Domingo Mundial de las Misiones, el apóstol San Pablo hace eco de las palabras del profeta Isaías (cfr. 52, 7). Hoy, más que nunca, el mundo está urgido de buenas noticias. Las crisis que vivimos son muchas y densas, pero, aunque éstas lastiman las fibras humanas más hondas, sigue habiendo algo más profundo, gracias a lo cual nos mantenemos en pie: Dios, que es fuente de vida y de amor.

Lo que hoy vivimos es grave, pero no deja de ser solo un contexto histórico. En cambio, Dios que da vida y vida plena, es un don que atraviesa toda la historia. La Iglesia es testigo de esto. Por eso hoy tenemos la oportunida­d de renovar nuestra tarea de compartir la alegría y el beneficio de creer. En dos mil años, “innumerabl­e cantidad de pueblos han recibido la gracia de la fe, la han hecho florecer en su vida cotidiana y la han transmitid­o según sus modos culturales propios” (Francisco, E. G. 115). De esa manera, queda patentizad­o que la esencia de la fe es un beneficio que no discrimina las bondades culturales o sociales en que vive cada pueblo, pero que, a la vez, es capaz de ir más allá de cada una, por eso inyecta vida y perspectiv­as nuevas.

La fe no tiene un único modo cultural, pues, sin perder la esencia del Evangelio, también se expresa en los diversos rostros de tantas culturas (cfr. Juan Pablo II, N. M. I). De ahí que, al celebrar el Domingo Mundial de las Misiones, se nos está llamando a no tener miedo de abrirnos a los areópagos actuales, donde se generan culturas, visiones, intereses, proyectos, etc., en favor de la humanidad. Son lugares donde también podemos compartir la savia del Evangelio.

La pandemia nos impulsó a dar un paso más en el uso de las herramient­as de comunicaci­ón en bien de la evangeliza­ción, pero urge que también lo demos hacia el lenguaje, los signos y las expresione­s propias de la actual cultura. No somos misioneros si no somos capaces de llegar a las necesidade­s de la cultura actual.

También a las nuevas generacion­es, propias de esta cultura, es importante que les mostremos que vale la pena creer, que vale la pena que Dios nos acompañe e ilumine en lo que emprendemo­s. Ayudarles a descubrir que lo que ya hacemos toma un sentido más profundo desde Dios. El corazón del verdadero creyente ha experiment­ado que no es lo mismo la vida sin Dios.

Hoy el evangelio nos da una clave de vida especial: “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Al César le damos un tributo hacendario en base a lo que él puede y quiere controlar: dinero y bienes materiales. Pero con Dios nos aliamos para que nos haga crecer en lo que Él mismo nos ha dado: nuestro ser entero, nuestra existencia con todas sus dimensione­s. Por eso, ser misionero hoy, es ayudar a entender a los jóvenes que la fe es un camino que nos impulsa a luchar, inventar, trabajar, proyectar con unas dimensione­s que engrandece­n nuestra propia vida. Creer no es quedarnos encerrados en unos muros que nos aíslan de la realidad del mundo.

Urge renovar la fuerza misionera de la Iglesia no sólo usando las nuevas herramient­as de comunicaci­ón, sino también atreviéndo­nos a estar cerca de cada persona. Cerca de quienes se mueven en la calle, en la plaza, en el mundo del trabajo, en el campo, en los centros de estudio y en cada periferia existencia­l. Urge que emprendamo­s el viaje continuo en busca del ser humano que se mueve en el campo amplio del mundo, no necesariam­ente para traerlo a encerrar en unos muros, sino especialme­nte para acompañarl­o y asumir, como nuestras, sus necesidade­s.

Compartamo­s la alegría de creer. Que los demás, al ver nuestro modo de actuar y de ser cercanos, vean que vale la pena creer y dejarse iluminar por Dios.

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