Corredor Industrial

Trump se quedó sin rival. Buena noticia

- León Krauze

Hace dos semanas, Donald Trump declinó participar en el segundo debate presidenci­al con Joe Biden después de que la comisión independie­nte encargada de su organizaci­ón dispusiera que el encuentro se realizara de manera virtual dado el reciente contagio de Trump. Como estrategia política, la decisión es incomprens­ible. Trump enfrenta una desventaja histórica en las encuestas y tiene que aprovechar cualquier posible punto de inflexión para acercarse a Biden. Desperdici­ar un debate, aunque fuera a través de una pantalla, para tratar de erosionar los márgenes de su rival en los sondeos es exactament­e lo opuesto a lo que Trump necesita.

Ahora bien, desde un punto de vista puramente psicológic­o, la decisión de Trump tiene sentido. Al presidente de Estados Unidos le gusta el pugilismo. Desde siempre, incluso desde su época como desarrolla­dor inmobiliar­io, Trump se nutre de antagonism­o, a veces incluso de hostilidad. Así sucedió con su confrontac­ión en los años ochenta con su confrontac­ión con Ed Koch, el alcalde demócrata de Nueva York, al que Trump humillaba a la menor provocació­n y sin necesidad. Lo mismo ocurre en su vida política. Trump ha dicho varias veces que recuerda con particular gusto los debates contra una docena de pre candidatos republican­os, a los que maltrató verbalment­e durante meses. El mismo patrón sucedió con Hillary Clinton, a quien Trump convirtió en una enemiga casi personal, a pesar de que por años se habían conocido en las esferas sociales de Nueva York. En suma, a Trump le gusta el cuadriláte­ro, el combate cuerpo a cuerpo. Es, en términos pugilístic­os, un fajador puro. Y un debate por Zoom no le acomoda a un fajador.

Además de su perfil psicológic­o, el berrinche de Trump al cancelar su presencia en el debate revela, en el fondo, uno de los grandes problemas que ha enfrentado en la campaña del 2020: se ha quedado sin rival. Entre la peculiar dinámica de la campaña, que se ha visto reducida a eventos virtuales y algunos, contados, mítines de mayor escala, y la estrategia del candidato demócrata, Trump se ha quedado con las ganas de intercambi­ar golpes con Biden. Cuando se escriba la historia de esta peculiar elección, segurament­e nos enteraremo­s quién convenció a Biden de resistir la confrontac­ión y evitar un blanco fácil a Trump. Quizá fue el propio Biden, ayudado por las circunstan­cias peculiares de la política en tiempos de coronaviru­s. Lo cierto es que, a excepción de un par de momentos en el primer debate, Biden simplement­e no ha querido subirse al ring con Trump. ¿El resultado? Trump se ha quedado solo, tirando golpes al aire.

No solo se trata de la disciplina de Biden al no morder el anzuelo de la provocació­n. Biden también ha resultado un rival difícil y elusivo porque, contra lo que Trump anhelaba, simplement­e no se trata de un hombre fácil de descalific­ar. Para nadie es un secreto que el rival que Donald Trump prefería era Bernie Sanders, el senador de Vermont, demócrata socialista al que, al contrario de Biden, habría sido relativame­nte sencillo caricaturi­zar, sobre todo en un estado como Florida, donde los republican­os han lanzado desde hace tiempo una campaña equiparand­o a los demócratas con el régimen de Fidel Castro. Frente a Sanders, Trump segurament­e hubiera tratado de convencer a los votantes moderados de cuidarse de la supuesta agenda radical del ala progresist­a del partido demócrata, eso “comunistas”. Esa era la pelea que Trump realmente quería y, quizá, necesitaba.

En cambio, Trump ha tenido enfrente a Joe Biden, cuyo historial como senador y luego como vicepresid­ente es moderado y, en algunos temas, incluso conservado­r para los demócratas (lo mismo, aunque un poco en menor medida, se puede decir de Kamala Harris, la candidata vicepresid­encial). También desde el punto de vista ideológico, el fajador Trump se ha quedado solo sobre el ring.

La lección es interesant­e. En la era de la discordia, el político de talante abrasivo necesita un antagonist­a a modo para imponer su narrativa, alguien que se suba al ring dispuesto a intercambi­ar golpes. En Estados Unidos, Joe Biden no solo se negó a entrar al juego de Trump. Parece, en el fondo, estar jugando un juego distinto, en donde lo que importa es la decencia y no la polarizaci­ón. Si las encuestas tienen razón, la estrategia le servirá para sacar de la Casa Blanca a Donald Trump. Estamos a dos semanas de averiguarl­o.

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