El legado de los monstruos de Ignacio Padilla
Neacho Padilla murió hace ya cuatro años en una carretera mexicana y hasta la fecha no sabemos quién conducía o qué pasó con el trailer implicado en el accidente. Su obra, compuesta por cuentos, novelas y ensayos, no sigue iluminando, por fortuna. Esta semana, visité uno de sus últimos ensayos El legado de los monstruos, tratado sobre el miedo y lo terrible (Taurus, 2013) para reflexionar sobre objetivización de nuestros temores en seres fantásticos, los monstruos, que “convierten el miedo a lo incierto en algo en apariencia comprensible y hasta negociable.” Y mucho más que una explicación acerca de los monstruoso y de un catálogo de personajes conocidos o por conocer, Padilla alumbra no sólo hacia la literatura y la ficción, sino también hacia la política que se nutre de ese combustible pánico y la forma en que puede manipularlo:
“El miedo ciertamente sirve para amedrentar al opositor, pero se usa más que nada para la sujeción de los aliados. La debilidad del colectivo fortalece lo mismo a sus enemigos que a sus líderes. Cuanto más consciente sea una comunidad de su vulnerabilidad, mayor será su disposición a entregarse al domesticador del miedo: el señor feudal cobra tributo a sus vasallos a trueco de protegerlos del invasor, la Iglesia exige sumisión a cambio de librarnos del infierno, el príncipe sangra su reino con el pretexto de repeler al infiel, el político amontona votos para emprender una guerra asegurando que sólo así la sociedad amenazada podrá conservar sus privilegios. Con frecuencia, el tamaño de la amenaza es exagerado o prevaricado por el poderoso, como hará también quien aspire a desplazarlo: uno y otro acuden a la retórica del miedo a la pérdida, el cual va a parejas con el deseo de cambio.”
Se extraña la lucidez de Padilla para leer la sociedad de nuestro tiempo, así como para crear sus propios monstruos en particular con el proyecto personal que había emprendido con la Micropedia o compendio de relatos breves que llenaron varios de sus libros. El legado brinda un espejo para reflexionar sobre nuestra vida, así como un escaparate donde se analizan vampiros, caníbales, antropoides siderales, ogros, brujas y engendros de la literatura y el cine mundial.
Para recomendar este libro no temo abusar de las citas textuales, pues la calidad de la prosa es innegable, así que cierro con una más:
“El miedo sublimado a través del envoltorio de la ficción nos permite aguzar el estado de experiencia y acelerar nuestra percepción de lo real. Nos fuerza a ver, actuar y discriminar con mayor lucidez y agilidad.” el dedo corazón, al que los romanos llamaban “digitus medius”, nos ha dejado sorprendidos ante un gesto del rey Juan Carlos de España, tan afín a usarlo para enviar señales poco decorosas a sus detractores. Igual, cuando se pierde el dedo anular, también se pierde la oportunidad de usar el anillo y el poder que une el amor. Y el dedo meñique, al que la ciencia le ha otorgado el honor de declararlo inútil, nuestra oreja, lo extrañaría, y sobre todo los Chinos, por su lúdico afán de preferirlo al dedo medio, que hace sonrojar a una dama o enfurecer a un semejante. En la india, el dedo meñique –del portugués mínimo- al ser levantado es una señal de enojo, de enemistad personal. Pero además, como en pocas culturas del mundo, los dedos en su conjunto son portadores de bienestar y salud al unirlos entre sí, y principalmente al presionarlos contra el dedo pulgar. Estas formas de unión entre los dedos, se les llaman en sanscrito, mudra -quiere decir, gesto-, y se utilizan especialmente en el Hatha-Yoga. Se dice que cada dedo representa a un meridiano y a un elemento cósmico. José Saramago, en su libro la Caverna, plantea un pasaje por demás perturbador, cuando señala que la mano