Corredor Industrial

Ficciones

- Catón

La dama que viene con usted ¿es su esposa?”. Esa pregunta le hizo, receloso, el recepcioni­sta del hotel al maduro caballero que, acompañado por una estridente rubia bastante menor que él, pidió una habitación, y eso sin llevar ningún equipaje. Añadió el recepcioni­sta frunciendo -entre otras cosas- el ceño: “Se lo pregunto porque éste es un hotel decente, y no admitimos inmoralida­des”. “¡Claro que es mi esposa! -replicó exasperado el señor-. Ella y yo somos marido y mujer. Tenemos cinco años de casados. ¿Verdad, mi vida?”. Contestó la rubia: “Sí, señor”. En el bar Ahúnda estalló un terrible incendio. Las llamas llenaban ya todo el local; en cualquier momento el techo y las paredes iban a desplomars­e. El jefe de los bomberos que llegaron a combatir el fuego alcanzó a ver entre el humo a un sujeto que, impávido, seguía bebiendo en la barra. A duras penas pudo sacarlo del lugar, pues el hombre opuso una fiera resistenci­a; se negaba a salir y no soltaba su copa. Cuando por fin el bombero logró llevarlo afuera le preguntó: “¿Sabe usted cómo empezó el fuego?”. “Lo ignoro -contestó el hombre-. Cuando yo llegué el bar ya se estaba incendiand­o”. El atildado señor entró en la librería y le preguntó al encargado: “¿Tiene usted el libro llamado ‘El matrimonio perfecto’?”. “Sí -respondió el librero-. Podrá encontrarl­o en el estante de las obras de ficción”. Dos mujeres llegaron al mismo tiempo al Cielo. San Pedro, el portero celestial, le preguntó a la primera: “En el curso de tu vida ¿incurriste alguna vez en pecado de la carne?”. “Tres veces -confesó la recién llegada-. La primera fue por inocencia, la segunda por insistenci­a y la tercera por insolvenci­a”. Dictaminó el apóstol: “Deberás dar tres vueltas en torno de la muralla del Cielo. Después podrás entrar”. Seguidamen­te San Pedro le preguntó a la otra: “Y tú ¿cometiste alguna culpa de la carne?”. La mujer preguntó a su vez: “¿Hay aquí una bicicleta?”. El duque Sopanela habló en la fiesta acerca de sus antepasado­s. Dijo que entre ellos había grandes de España, lores de Inglaterra, príncipes de Italia y miembros de la corte del zar ruso. Exclamó uno de los invitados: “¡Vaya pedigrí que se carga usted!”. “¡Señor mío! -se indignó el duque Sopanela-. ¡Le aseguro que estoy perfectame­nte sobrio!”. Él: “¿Te gustaría tomar una copa? ¿O ir a bailar? ¿O buscar un motelito discreto y pasar ahí un agradable rato?”. Ella: “Sí. Sí. Sí”. Don Eglogio, labriego entrado en años, contrajo matrimonio con la Serranilla, zagala en flor de edad. Al provecto señor solía sucederle que en medio de sus faenas cotidianas se ponía in the mood for love, si me es permitido usar el nombre de una antigua canción americana. Aparece esa canción por cierto, y muy simpáticam­ente utilizada, en la película “Cocoon” (1985, con Brian Dennehy, Hume Cronyn, Jessica Tandy, Don Ameche, Gwen Verdon y Steve Gutenberg). Cuando el mood se le presentaba don Eglogio se apresuraba a ir a su casa en busca de la Serranilla, pero -¡oh, desgracia!- cuando llegaba ya se le había bajado el mood. Es que con los años se vuelve muy difícil mantener en alto el lábaro de la juventud. Don Eglogio ideó entonces un modo de evitar esa calamidad. Se llevaba a la labor su escopeta, y en el momento mismo en que lo acometían las ganas hacía un disparo con el arma. Entonces corría hacia él la Serranilla, que con bastante frecuencia alcanzaba a llegar a tiempo. Cierto día la mamá de la muchacha fue a visitarla. Le preguntó a uno de los trabajador­es de la granja: “¿Dónde está mi hija?”. “No lo sé, señora -respondió el sujeto-. Desde que empezó la temporada de caza raras veces la vemos por aquí”. FIN.

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