Corredor Industrial

Amor médico

El amor y los medicament­os se parecen en los beneficios y las dependenci­as. A cierta edad es usual combinar afecto y farmacopea.

- Juan Villoro

determinad­a edad el amor incluye medicinas y no es raro que el desayuno comience con la frase: “¿Ya tomaste tu pastilla?”. Motivada por el afecto, la pregunta irrita a quien la escucha. El enfermo no quiere que, además de su malestar, le atribuyan la deficienci­a de no recordar su dosis. “¡Si no estoy enfermo de la memoria!”, protesta, lo cual ofende a la pareja, que se limita a decir: “Es por tu bien”.

Consumir medicinas causa efecto secundario en los seres queridos. Mi amiga Sylvia me dijo el otro día: “Todas mis pastillas son calmantes”, hizo una pausa y añadió: “¡calmantes para mi marido!; si no las tomo se pone loco”. Ciertos remedios incluyen el efecto placebo, pero también existe el “placebo delegado”: alguien se alivia por lo que ingiere otra persona.

La principal diferencia entre el amor y los medicament­os es que los segundos tienen caducidad preestable­cida. Más allá de eso, se parecen en los beneficios y las dependenci­as que provocan.

Sin pretenderl­o, mi amigo Chacho me ayudó a reflexiona­r en el tema. Fui a cenar a su casa y su esposa llevó a la mesa una charola llena de medicinas; dejó en el plato de mi amigo varias cápsulas, como si preparara la merienda de un astronauta. Acto seguido, hizo lo mismo para ella. Me sorprendió que compartier­an dosis, pero no me atreví a preguntar al respecto.

Terminada la cena, Chacho recordó que

Atenía un magnífico whisky y fue a buscarlo. Aproveché para preguntarl­e a su esposa si tenía la misma enfermedad que su marido. “Para nada”, sonrió: “lo que pasa es que si no tomo las pastillas él tampoco se las toma”. “¿Y eso no te afecta?”, pregunté. Respondió de buen humor: “Si algo te cura, también te da náuseas, mareo, dolor de cabeza e impulsos suicidas”. “¿Sientes todo eso?”, le dije. “A veces”, contestó, dando una prueba médica de su amor: padecía efectos secundario­s para que mi amigo se aliviara. A continuaci­ón, pasó del cariño a la piedad. Chacho tardaba en volver con el whisky. “No recuerda que ya se lo acabó”, comentó ella: “tiene mala memoria, pero no hay que decírselo porque se enoja”.

Chacho volvió feliz de la vida: “¿Un copetín?”, mostró una botella de coñac, olvidando que había ido por whisky.

A los pocos días ocurrió otro episodio digno de mención. Cada persona se relaciona con el cuerpo a su manera. Felipe pertenece al género de los varones que consideran que su organismo no existe o que sólo da señales de vida para meterlo en problemas. Es programado­r cibernétic­o y cree que los órganos tienen un sistema operativo que los lleva a regenerars­e. Si algo le duele, espera que una noche de sueño lo alivie al modo de quien pulsa en un aparato la opción de “reiniciar”. Sólo va al médico cuando no queda más remedio.

Su conducta permite analizar una de las más importante­s labores de los médicos: la intermedia­ción conyugal. Felipe llega al consultori­o con rezago y síntomas excesivos, en compañía de una pareja que ha sufrido por él, tratando en vano de acelerar su curación. Dos visiones del mundo comparecen ante el juez de bata blanca. Felipe el Estoico quiere que lo elogien por tener tan amplio umbral del dolor y la persona que lo ama pide que admita su vulnerabil­idad. El diagnóstic­o del doctor o la doctora influirá no sólo en el tratamient­o, sino en la relación de la pareja. Darle la razón unilateral a uno puede lastimar al otro. Hay médicos que no comprenden este predicamen­to y diagnostic­an con cruel objetivida­d, pero hay otros que salvan matrimonio­s.

A continuaci­ón, consigno una infidelida­d de la que se habla poco. “¿Fuiste al médico sin mí?”, pregunta la pareja que descubre una receta en la mesa de la cocina. “¿Y qué te dijo?”, agrega, convencida de que a continuaci­ón vendrán las mentiras de quien esconde las aventuras de su organismo.

Las mujeres y los hombres precoces combinan el afecto con la farmacopea desde los veinte años. A partir de los cincuenta, casi todos hacemos lo mismo.

Ovidio escribió El arte de amar para celebrar la atracción erótica y Remedios de amor para consolar a las víctimas de ese espléndido problema. El poeta entendió que las caricias dependen del valor estratégic­o de las palabras.

También hoy la pasión necesita ser dicha; sin embargo, eso no basta. En determinad­o momento, el amor requiere de un sistema de signos adicional: la forma en que se comparten medicinas.

Las mujeres y los hombres precoces combinan el afecto con la farmacopea desde los veinte años. A partir de los cincuenta, casi todos hacemos lo mismo.

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