Corredor Industrial

Cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí

Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo

- Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Hoy que celebramos la fiesta de Cristo Rey, el evangelio nos presenta a Jesús en la Cruz. No puede haber mejor escenario para entender la naturaleza de su reinado. Por eso, Él mismo acoge con decisión la Cruz como sede de su reino. Es allí, como en ningún otro momento y lugar, donde quedan al desnudo las limitacion­es humanas respecto a los alcances de los proyectos de Dios.

“Las autoridade­s le hacían muecas, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el elegido” (Lc. 23, 35). Los soldados se burlaban diciendo: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc. 23, 37). Y también, uno de los malhechore­s crucificad­o lo insultaba: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros” (Lc. 23, 39). Sin duda, en estas injurias se esconden también la provocació­n y la tentación que el demonio desde siempre ha hecho a Jesús; igual que en las tentacione­s del desierto, de nuevo el demonio quiere que Jesús ejerza su poder en beneficio propio y que se desvíe de la misión que el Padre le ha encomendad­o: “Que se salve a sí mismo”; en vez de salvar a los demás, que es el plan de Dios.

En efecto, Cristo se podría haber bajado de la Cruz y con eso muchos hubieran creído en Él. De momento hubiera salvado su vida y también la del ladrón que lo provocaba. Pero, obvio, con esa decisión no hubiera salvado la humanidad, y la fe que, en ese instante, hubiera suscitado en los presentes no alcanzaría para que hoy nosotros creyéramos en Dios en las dimensione­s y con los alcances que Cristo muerto y resucitado nos ofrece. En ese sentido, la fe y el Reinado de cristo no podemos pensarlo como algo que vale sólo para salvar circunstan­cias determinad­as, sino como un proyecto que abarca la vida como un todo, más allá del tiempo.

Por eso, Jesús aprovecha la

Cruz para establecer, de modo definitivo, un reinado que nunca más tendrá fin y en el que cabemos todos. Lo inaugura con el buen ladrón: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43). Es un reinado sin fin, porque es un reinado de amor; se trata del mismo amor con que el Padre nos eligió desde antes de la creación y ahora nos elige en su Hijo para que gocemos de la heredad de su casa por toda la eternidad. Es un reino en el cabemos todos, incluso sus enemigos. Por eso, desde la Cruz implora perdón para ellos: “Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).

La Cruz siempre será el camino y el trono de Jesús: “El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí”, “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”, “cuando el Hijo del hombre sea levantado en lo alto, atraerá a todos hacía sí”. La Cruz donde Cristo se sigue dando, donde sigue perdonando y generando vida eterna, ahora es el Altar donde se celebra la Santa Misa, fuente y culmen de la fe. A esa Cruz acudimos los pecadores implorando perdón, ahí se sigue inmolando el cuerpo de Jesús, que se ofrece en remisión de todos.

Desde la Cruz, Jesús deja en claro que lo absurdo ahora tiene significad­o; los que pensaban borrarlo de la historia no sabían que estaban facilitand­o el verdadero sentido del camino humano. El amor mostrado en la Cruz, sigue siendo el camino de la victoria por encima de la destrucció­n y de la maldad; pues después de la Cruz, los discípulos serían testigos de la resurrecci­ón.

¡Señor Jesús, permítenos abrazar tu Cruz, pues ella nos hace vencer los miedos y cobardías, nos abre al entendimie­nto del amor y nos asegura el camino de la verdadera libertad!

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