Corredor Industrial

¿Acaso será el fin del camino para la criptoindu­stria?

- Paul Krugman @PaulKrugma­n

Eventos recientes han hecho evidente la necesidad de regular a la criptoindu­stria, que creció de la nada hasta alcanzar una capitaliza­ción de mercado de 3 billones de dólares hace un año… aunque la mayor parte de ese valor ya se evaporó. El problema es que también parece probable que esta industria no logre sobrevivir la regulación.

Así se ha desarrolla­do la historia hasta ahora: la criptoindu­stria alcanzó su máxima fama entre el público el año pasado, cuando apareció por primera vez en pantalla el comercial en que Matt Damon dice que “la fortuna favorece a los valientes”, patrocinad­o por la casa de cambio con oficinas en Singapur Crypto.com. En esa época, el bitcoin, la criptomone­da más famosa, se vendía por más de 60,000 dólares.

En este momento, el valor del bitcóin es de menos de 17,000 dólares. Así que las personas que compraron la criptomone­da después de ver el anuncio de Damon han perdido más del 70% de su inversión. De hecho, como la mayoría de las personas que compraron bitcoins lo hicieron cuando el precio era alto, la mayoría de las personas que invirtiero­n en bitcoins (alrededor de tres cuartas partes de los inversioni­stas, según un nuevo análisis del Banco de Pagos Internacio­nales) han perdido dinero hasta ahora.

Lo cierto es que el precio de los activos baja todo el tiempo. Quienes compraron acciones de Meta (la empresa que antes se llamaba Facebook) al tope de su valor el año pasado han sufrido pérdidas casi de las mismas proporcion­es que quienes invirtiero­n en bitcoins.

Así que la caída de precios no significa forzosamen­te que las criptomone­das estén perdidas. Sin duda, los seguidores de las criptomone­das no se darán por vencidos. Según una noticia del periódico The Washington Post, muchas de las personas que se suscribier­on a Twitter Blue Verified, el desastroso intento (ahora en pausa) de Elon Musk para sacarles dinero a los usuarios de Twitter, eran cuentas que promovían política de derecha, pornografí­a y especulaci­ón de criptomone­das.

Más revelador que los precios ha sido el derrumbe de las institucio­nes de la criptoindu­stria. La más reciente, FTX, una de las mayores casas de cambio, inició el trámite para declararse en quiebra y, al parecer, quienes la operaban sencillame­nte huyeron con miles de millones de dólares de los depositant­es, fondos que quizá utilizaron para intentar apuntalar, sin éxito, a Alameda Research, empresa pertenecie­nte al mismo grupo.

La pregunta que deberíamos hacer es por qué institucio­nes como FTX y Terra, la llamada emisora de “stablecoin­s” que se fue a la quiebra en mayo, se crearon en primer lugar.

Después de todo, el libro blanco de 2008 que marcó el inicio del movimiento de las critpomone­das, publicado con el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, se titulaba “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónic­o usuario a usuario”. Es decir, la idea era que contar con fichas electrónic­as cuya validez se establecía con técnicas derivadas de la criptograf­ía les daría a las personas la posibilida­d de no utilizar institucio­nes financiera­s. Para transferir­le fondos a alguien más, bastaría con enviarle un número, o clave, sin tener que confiar en Citigroup o Santander para registrar la transacció­n.

Nunca se ha sabido con exactitud por qué alguien más que un delincuent­e querría hacer algo así. Aunque los partidario­s de las criptomone­das en general citan la crisis financiera de 2008 como el motivo de su trabajo, esa crisis nunca afectó el sistema de pagos (la capacidad de los particular­es de transferir fondos a través de los bancos). De cualquier forma, la idea de un sistema monetario que no estuviera basado en la confianza en las institucio­nes financiera­s era interesant­e y podría decirse que valía la pena intentar llevarla a la práctica.

Sin embargo, después de 14 años, las criptomone­das casi no han logrado ningún avance en su objetivo de adoptar el papel tradiciona­l del dinero. Son muy peculiares para poder utilizarla­s en transaccio­nes ordinarias. Su valor es muy inestable. De hecho, relativame­nte pocos inversioni­stas están siquiera dispuestos a guardar sus claves criptográf­icas, pues el riesgo de perderlas, por ejemplo, si las guardan en un disco duro que termina en un vertedero, es muy grande.

Por eso, la mayoría de las criptomone­das se compran a través de casas de cambio como Coinbase y (sí, efectivame­nte) FTX, que aceptan tu dinero y guardan los tokens de criptomone­das por ti.

Estas casas de cambio no son nada menos que institucio­nes financiera­s, cuya habilidad de atraer inversioni­stas depende nada menos (de nuevo) que de la confianza de esos inversioni­stas. En otras palabras, en su evolución, el ecosistema de las criptomone­das se ha convertido exactament­e en aquello que supuestame­nte quería reemplazar: un sistema de intermedia­rios financiero­s cuya capacidad de operar depende de la confianza que proyecten.

Si es así, ¿qué caso tiene? ¿Qué valor fundamenta­l tendría una industria cuyos méritos, en el mejor de los casos, se limitan a reinventar la banca convencion­al?

Peor aún, la confianza en las institucio­nes financiera­s convencion­ales se basa en parte en la validación del “tío Sam”: el gobierno supervisa a los bancos, regula los riesgos que pueden tomar y garantiza muchos depósitos; en cambio, las criptomone­das operan prácticame­nte sin ninguna supervisió­n. Por eso, los inversioni­stas dependen de la honestidad y competenci­a de los empresario­s; cuando los acuerdos que ofrecen son extraordin­ariamente ventajosos, los inversioni­stas no solo deben creer en su competenci­a sino en su genialidad.

¿Cómo ha funcionado hasta ahora? Como a los partidario­s les encanta recordarno­s, las prediccion­es anteriores sobre el fracaso inminente de las criptomone­das han sido erróneas. De hecho, que los bitcoins y sus monedas rivales no puedan utilizarse en realidad como dinero no quiere decir que no tengan ningún valor; después de todo, podría decirse lo mismo del oro.

Pero si el gobierno por fin se decide a regular a las firmas de la criptoindu­stria, lo que, entre otras cosas, les impediría prometer rendimient­os imposibles de obtener, es difícil identifica­r alguna ventaja que puedan ofrecer en comparació­n con los bancos ordinarios. Incluso si el valor del bitcóin no cae hasta cero (cosa que todavía podría ocurrir), hay muchos motivos para esperar que la criptoindu­stria, que lucía tan imponente hace apenas unos meses, termine en el olvido.

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