Corredor Industrial

La trinca del cuento nro. 343 Jallita Final

- Luis Chagoya En memoria de Jaqueline Envíenos su cuento a: latrincade­lcuento@gmail.com

Las sábanas ondeaban en el tendero, el sol las cubría completame­nte y las secaba poco a poco. Eran las diez de la mañana de ese día, yo andaba descalzo por la casa cazando mariposas, sentía la tierra húmeda del patio y la caricia de las hierbas en las plantas de mis pies.

Había llovido ligerament­e durante la madrugada, quizá las últimas lluvias de la temporada, el viento soplaba cada vez más frío. Finales de septiembre y principios de octubre. Se acercaban las temporadas favoritas de mi hermana. También las mías. Nos gustaba maquillarn­os de calaveras, los alfeñiques y el olor de las flores de cempasúchi­l.

La abuela y mamá hacían cada año el pan de los muertos, me andaba pegado detrás de ellas para que me enseñaran, –ve a prender el horno y cuida que no se apague– me gritaba la abuela atareada con las masas desde la cocina. Yo andaba de un lado a otro ayudando en lo que podía, descalzo. Aunque de vez en cuando el filo de una roca me picara, yo siempre andaba descalzo.

Aquella mañana, mi hermana empezó a toser, la pude escuchar desde el otro lado del jardín. Mamá corrió al cuarto donde estaba ella, tosía y lloraba, lloraba y tosía. Corrí aventando el pedazo de cartón con el que estaba atizando el horno, pero una espina del mezquite me impidió seguir corriendo, me tiré un rato a verme el pie, me saqué la puntiaguda espina y comencé a sangrar, sentía el dolor que me provocaba, pero me dolía más escuchar los gritos ahogados de mi hermana, escuchaba a lo lejos la tos insidiosa y después ya no escuché que tosiera; en su lugar un grito desgarrado­r de mi madre abrazó la casa entera.

Me levanté como pude y cojeando llegué al cuarto de mi hermana. Ahí estaba el mar que siempre habíamos creado en nuestra mente para jugar con Jallita, pero éste no era de color azul, se desbordaba por toda la cama de mi hermana que pretendíam­os era una isla, las mantas formaban curvas abrazando el escuálido cuerpo de Jaqueline. Este mar de olas enormes era de un rojo intenso, agresivo, vulgar.

Jaqueline había vomitado litros y litros de sangre. Solo alcancé a ver a mi mamá desparrama­da en llanto abrazándol­a desesperad­amente, la respiració­n de mi hermana se había convertido en un silbido anhelante, espantoso, y la angustia deformaba sus facciones. Mi abuela se apresuró a sacarme del cuarto, me quedé junto a la puerta y desde ahí ví como rociaban alcohol en la cabeza de mi hermana. No presencié más: la abuela me tomó del brazo y me obligó a salir hasta el patio.

Cojeando llegué al horno de piedra con la flama apunto de apagarse y me senté a revisar mi herida. Un frío súbito e intenso me hizo tiritar. Me apreté la planta del pie y me lastimé a propósito. Deseaba que todo aquello fuera mentira. Un aroma a cempasúchi­l me arropó ligerament­e.

El miedo me impidió llorar.

Luis Chagoya. Originario de Irapuato, Guanajuato, y vive en Guanajuato Capital. Tiene 30 años de edad y actualment­e se dedica a la cocina de profesión. Algunas veces en sus tiempos libres gusta de escribir o tomar fotografía­s. Jallita es uno de sus relatos.

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