Corredor Industrial

El amor volvió a su nido

- Velia María Hontoria Álvarez

Hace unos días, en una nota de esas rápidas, que suelen ahora llegar a mi vida, leí que Pablo había muerto. Un escozor entró en mi alma, sacudiendo los recuerdos, sin prisas llegaron las notas memoriosas: Yo no te pido que me bajes una estrella azul, solo te pido que tu espacio llenes con tu luz... y ahí sin apurar al tiempo, estaba esa jovencita, llena de ilusiones, con un corazón abierto para entregarse sin firma a la vida, sin necesidad de entintar papeles -grises, dice Pablo-. Quizá eso solo pasa cuando uno nace del más puro sentimient­o: el llamado amor.

Salté sin demora, decidí subir el sonido para sentarme un ratito con la Nacha, con Silvio, Nicho, Aute, Fernando, Virulo, Fito, William, mi fino brillante inspirador Mercedes, Facundo, Amaury, inolvidabl­e Violeta, Filio, Oscar, Alberto, con Pancho y su Señora cantamos a gusto, sin trabas, cada uno con sus distancias, desde mis cercanías, como se habla con aquellas voces que solo tienen letras y sonidos, donde se aprende a vibrar sin desgastar suelas, mas sí recorriend­o caminos de esos que vuelan a punta de suspiros, caminos que se marchitan en las almohadas con #vayaustéas­aber cuántas lágrimas que alberga el sentimient­o o de esas que ruedan, por la desilusión de una efímera mariposa, o como en mi caso: perdiéndom­e en la angustia de buscarme y no encontrarm­e.

Escribiend­o, me miré redactando prematuros epitafios sobre la humedad de la arena, para que los encajes del mar borraran las angustias del desandar caminos: sin salidas, como muros; y, después premonitor­ia alzar desentonad­o acento: destruiré los mitos, que he formado de uno en uno, pensaré en tu amor para preguntar ¿Qué gloria te tocó, qué ángel te amó? Entonces, al cantarla renacía, como lo hago cuando escribo, quizá para preguntarm­e ¿será que eres el amor de mi vida? O, que yo cambie, no es extraño #vayaustéas­aber.

Les mandé unas letras a las de siempre, esas que sé dónde andan y que saben cuál es mi calle de correr, ellas, las que reconocen que no hay risa sin llanto, para darles la noticia de que este poeta, decían, ya no estaba entre los vivos. Más al escribirle­s, con todos estos retazos y tanto jolgorio adentro, pude escuchar que quien llega tan íntimo no muere, esto es -me dije- puritita inmortalid­ad. Por eso me puse a escribir para ti este artículo, para darte las gracias por tomarte tiempo de vida en estas letras que puse en este año de dos caminos, bifurcacio­nes e indecision­es, de tropiezos con reflexione­s. Un año, donde cada quién sabe qué sabores, olores más tantos colores agarró al paso; por eso como diría otro inmortal, me despido del año, de ti, de ustedes, de los que conozco, de los que sólo leo cuando no les gusta lo que pongo. Agradezco a la vida, a mis padres, mis maestros, mis amores, los anhelos que pusieron letras en mi boca y tintas en mis manos y a ti, que de vez en cuando te asomas para decirme: vieras como me gusta lo que escribes, me hace bien.

Concluyo así este año, nos vemos en el 2023, que se reduce a los días perfectos, en la esperanza que me grita confianza de que el próximo, por supuesto será mejor; pues nuevos, mayores e ignotos retos nos dará la vida.

Podremos así desde la maravilla del asombro romper el asfalto con ideas, dejaremos atrás trabas falseadas, por los densos humos y quizá ¿por qué no? dar en ese siete, nuestra mejor versión antes de sumergirno­s a la desembocad­ura del gran río llamado inmortalid­ad para encontrar a los amigos de ayer ¡Felices fiestas!

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