Corredor Industrial

SEBO DE CHIVO Parte 1

- Jeremías Ramírez Vasillas Envíanos tu cuento a: latrincade­lcuento@gmail.com

Desde el jardín, don Alonso oía los gritos de sus dos nueras y los alaridos de las odiosas chiquillas, sus nietas políticas, hijas de sus nueras, pero no de sus hijos. Se acomodó en la tumbona, cerró los ojos y el aroma del pasto recién cortado disolvió los gritos en otros gritos fruto del gozo de correr tras un balón que culminaba en el júbilo supremo cuando metía un gol.

Su pasión por el futbol nació cuando su padre le regaló un balón de cuero. Por las noches se lo llevaba a su cama para dormir abrazado a él. No le importaba amanecer oliendo a sebo de chivo que su papá le untaba al esférico todos los días para protegerlo de la humedad.

Su padre le contó que en su pueblo todo mundo protegía el cuero de los cinchos, las correas y hasta las botas y los zapatos con ese sebo para que les duraran más. “Si dejas que el cuero se seque, es fácil que se vuelva quebradizo y se vaya haciendo polvo”.

¿Qué será de ese balón?, se preguntó. Cuando se casó lo trajo entre sus cosas y lo exhibía como un trofeo en una vitrina. Ya estaba muy usado, pero aún conservaba el brillo. Aunque a su mujer nunca le había gustado que lo conservara. ¿Quién lo habrá quitado de su lugar? No sabía, pero un día se percató que había desapareci­do. Preguntó, pero sus hijos y su mujer dijeron no saber nada. Tal vez fue su esposa en uno de esos momentos turbulento­s cuando él se tuvo que ir de la casa por un tiempo.

Caray, rememoró con nostalgia, cuántas golizas hice con él. Esos sí eran balones; de cuero fino, de carnero, no sintéticos, como ahora. Cómo me gustaría tenerlo, para colocarlo en las repisas de mi colección de recuerdos; no importa que estuviera maltratado y sucio. Un trofeo es como una pieza arqueológi­ca, como esas vasijas rotas del museo, que nos ayudan a revivir lo importante de la vida.

Y como respondien­do a una invocación, el balón apareció. Lo encontró cuando andaba buscando un repuesto para la segadora de pasto; estaba en el fondo de una caja, en el desván de la bodega, entre las cosas viejas amontonada­s en ese lugar. Apachurrad­o, como una naranja podrida, lleno de polvo. Lo sacudió con un trapo. Se lo acercó a la nariz: aún conservaba el olorcillo rancio y desagradab­le del sebo de chivo, lo hizo sonreír. Te voy a revivir, viejo amigo, le susurró a su balón.

Fue con el viejo zapatero — antiguo amigo de la familia que a sus 90 años seguía activo— para que lo restaurara y ponerlo con sus otros trofeos. El viejo recordó el balón pues varias veces había llegado a sus manos para curarle las heridas. “Mira, tu padre tenía razón: el sebo de chivo es una maravilla; lo ha conservado bastante bien, el cuero aún tiene flexibilid­ad. Quizá ya no sirva para jugar, pero se va a ver bastante bien y te ayudará a recordarlo- Quizá sólo recuerdes de él que era viejo gruñón, pero era un magnífico amigo. Si me lo dejas unos días, te lo arreglo”.

Jeremías Ramírez Vasillas (Ciudad de México, 1953; Celaya, 2022). Estudió Comunicaci­ón en la UNAM. Escritor cuentos, minificcio­nes, y director de cine. Además de una docena de libros y antologías, cuenta con varios cortometra­jes y documental­es. Su libro, La doncella, el guerrero y otras estatuas, obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2013. Su libro póstumo El libro tibetano fue editado por ediciones La Rana este año. Fue colaborado­r habitual de Argonauta.

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