Corredor Industrial

La charola

- Sergio Aguayo

Una credencial de 1984 ejemplific­a la fortaleza de la complicida­d entre funcionari­os y criminales, y la tolerancia de los presidente­s mexicanos con ella.

A los pocos días de que los capos del Cártel de Guadalajar­a asesinaran a Enrique Camarena, agente de la DEA, Fernando Ortega informó en Proceso que “las credencial­es que identifica­ban a Caro Quintero y a sus pistoleros como agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) de la Secretaría de Gobernació­n estaban vigentes y firmadas por el entonces todavía director de esta corporació­n, José Antonio Zorrilla” (15 de abril de 1985).

No obstante lo informado, nunca nadie pudo ver una de las popularmen­te llamadas “charolas”. Cuando, después de décadas, el asunto se olvidó, me encontré casualment­e con ese objeto deseado por los cazadores de la verdad documentad­a.

Sucedió en 2021, mientras leía la tesis doctoral de María Teresa Martínez Trujillo sobre formas de extorsión y protección a empresario­s en Guadalajar­a (Sciences Po, 2019). En ella se reproducía de manera bastante legible una credencial de la Dirección de Investigac­iones Políticas y Sociales (IPS) que acreditaba a Ernesto Fonseca Carrillo ( Don Neto ) como investigad­or de esa dependenci­a. La académica citaba un reportaje de El Informador de Guadalajar­a de abril de 1985. Desafortun­ada y comprensib­lemente, el diario mantenía el anonimato de quienes cubrían esos temas.

La credencial está fechada en diciembre de 1984 y la firman el director de la IPS Óscar De Lassé y el director general de Gobierno Fernando Elías Calles (nieto de Don Plutarco). Ambos eran gente de Manuel Bartlett, el secretario de Gobernació­n que logró mantenerse en el cargo después de transforma­r en chivo expiatorio al director de la DFS José Antonio Zorrilla Pérez, quien estuvo encarcelad­o entre 1989 y 2013 acusado de ser el autor intelectua­l del asesinato del periodista Manuel Buendía en 1984. Zorrilla jamás dio detalles sobre la protección a los narcotrafi­cantes.

Lo más revelador del caso es la conducta del presidente De la Madrid, que como candidato prometió una renovación moral para desdecirse por la vía de los hechos cuando llegó al cargo: mantuvo en su gabinete a Manuel Bartlett y le permitió proteger a De Lassé, a quien hizo director del Sistema Nacional de Informació­n Política y Electoral (SNIPE), una oscura dependenci­a que tuvo un papel central en la famosa caída del sistema durante las fraudulent­as elecciones presidenci­ales de 1988. De Lassé acompañarí­a a Bartlett en su largo periplo en las cúpulas del poder.

Ni Bartlett ni De Lassé dieron jamás explicacio­nes sobre las formas como la DFS y la IPS protegiero­n al Cártel de Guadalajar­a. Tampoco el presidente De la Madrid se refirió al asunto en las 67 veces que menciona a Bartlett en unas memorias distantes, de prosa fría y aséptica ( Cambio de rumbo ). Solo expresa irritación con ese funcionari­o por el desaseo con el que manejó las elecciones; nada sobre la protección a los capos.

El primero de diciembre de 2018, Bartlett fue nombrado director de la Comisión Federal

de Electricid­ad por el presidente Andrés Manuel López Obrador. En agosto de 2019, Areli Quintero y Carlos Loret de Mola difundiero­n por W Radio un reportaje sobre su fortuna, superior a los 800 millones de pesos, cuando había manifestad­o 51 mdp en su declaració­n patrimonia­l. En junio de 2021 la revista Proceso publicó otro reportaje sobre la presunta participac­ión de Bartlett en el asesinato de Camarena.

En ambas ocasiones el presidente Andrés Manuel López Obrador salió en su defensa en las mañaneras. Llegó incluso a retar a sus críticos: lo que quieran con Bartlett “es con el Presidente”, porque “yo lo nombré”. Ante tales palabras era de esperarse que la entonces secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, exonerara a Bartlett con una investigac­ión de 29 cuartillas; un texto lamentable por su superficia­lidad.

La “charola” de 1984 es el dintel que da acceso a la laberíntic­a complicida­d de algunos funcionari­os con criminales. En lugar de investigar, transparen­tar y deslindar lo acontecido, dos presidente­s prefiriero­n desentende­rse de las verdades incómodas. Los pactos de impunidad que empoderan a la violencia criminal se envuelven en sudarios de silencio.

¿Los rasgará la próxima Presidenta?

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