ENRIQUE R. SORIANO
Algunos tiempos verbales se están perdiendo. Hay tres de ellos que ya no son del uso regular. Dos, en particular, sólo persisten en dichos antiguos y en alguna vieja norma. ¿Se deteriora el idioma? Habrá quien suponga que sí, otros dirán que así sucedió con el latín al originar la mayoría de los idiomas europeos actuales. Pero, ¿por qué pasa eso ahora?
Formalmente, nuestro idioma tiene diecisiete tiempos verbales. Éstos se dividen en tres modos de hablar: el indicativo, el subjuntivo y el imperativo. Antes de la última revisión de la Gramática, se consideraban cuatro modos: el potencial pasó a ser parte del indicativo, acorde a los nuevos criterios académicos de clasificación.
Los tiempos que por falta de uso tienden a desaparecer son los dos futuros del subjuntivo y el pretérito anterior o antepretérito del indicativo.
A juicio de los profesores con quienes he discutido esto (particularmente psicólogas de una universidad de reconocido prestigio de Celaya), son varios los factores. Uno de esos, desde luego, es la forma en que se enseña en las escuelas: hacen aprenderse a los alumnos las terminaciones de cada tiempo verbal, pero no su utilidad. Es decir, en la enseñanza se obliga a la memorización y a asociar el nombre con la terminación; pero eso no parece tener relación directa con el habla cotidiana. Esto es que se desvincula nombre y modalidad de uso con en el idioma cotidiano. Entonces, al tiempo difícilmente alguien recuerda cómo se conjugan los verbos y menos aún para qué sir- ven o qué matices o modalidades introducen en el enunciado.
El pretérito anterior del indicativo es un tiempo que sucede poco antes de otro hecho en pasado: «En cuanto hubo llegado el mensaje, salí corriendo». Ya nadie enuncia así una oración. Prefieren decir: «En cuanto llegó el mensaje, salí corriendo», aunque parezca la misma unidad de tiempo, cuando hay disparidad.
Del subjuntivo, nadie usa en la vida cotidiana los futuros. Este modo de hablar refleja posibilidad, por tanto no es algo que se haya realizado o que se esté verificando. Si en el pasado resulta difícil enunciar algo que fue posible, más complicado es en el futuro. En los dichos antiguos se decía «A la tierra que fueres, haz lo que vieres. Así se enunciaría en futuro simple; en el modo compuesto sonaría a: «De la tie- rra que hubieres ido, admira lo que hubieres conocido».
Estos tiempos son de difícil conceptualización porque son futuros de probabilidad. Es decir, no son hechos consumados, actos que se podrían concretarse, pero sin tener la certeza.
En términos generales los futuros, no sólo de este modo, son difíciles de concebir, me indican las psicólogas consultadas. Ello en mucho se debe a que las nuevas generaciones están acostumbradas a la inmediatez de los hechos a poco prefigurarse un futuro más allá de lo cercanía temporal. Incluso la costumbre de los padres de dotar de inmediato, en vez de prometer (desde luego, y cumplir) así como negociar para el futuro hacen difícil que el futuro de probabilidad pueda concebirse en la mente de alguien.