Entre filas, bidones y resquicios de esperanza
Una espera de horas, horas y horas; un centenar de autos por delante y muy pocos litros de gasolina
Desde lo alto puedo comprobar que un coche sigue ahí, detenido, inerte, sin movimiento y al parecer, sin muchas probabilidades de moverse pronto de ese primer lugar de la fila. Ese coche blanco lleva ahí más de seis horas, relativamente poco si tomamos en cuenta que ya hemos normalizado el problema, nos hemos acostumbrado, y hasta hemos aprendido a disfrutarlo.
Sí, cualquiera pensará en lo tedioso de estar al frente de una fila de unos 100 coches. Una fila que de acuerdo a lo visto en los primeros días en los que se registró el desabasto de combustible en Guanajuato, llegó a ser más extensa… casi interminable. Ahora, los 100 son nada, y el aburrimiento ha pasado a ser cotidianidad, una tarea habitual y hasta un margen de profundas reflexiones intra e interpersonales.
Cuando comenzó a faltar la gasolina, su escasez nos volvió locos; algunos permanecieron -con pernoctación incluida- hasta 48 horas a las afueras de una gasolinera para esperar un ansiado tanque blanco de miles de litros que en su parte trasera presumen como ostentando, el logo de Pemex, basado en una gota roja con un águila blanca superpuesta (esto obviamente lo aprendí en la fila tras el principio inquebrantable de la duda. La historia también me hizo saber que el logo de la marca petrolera antes fue un caracol y un charro).
El sinuoso camino para los cientos, que incluso hoy en día siguen esperando, no termina con la llegada del bólido blanco, porque desde ahí se desata la que bien podríamos denominar nues- tra ‘segunda guerra’. De la cola de la fila, según los cálculos que sugiero en el corte de vehículos que alcanzarían gasolina (unos 500, considerando una pipa de 20 mil litros y la aún venta adjunta en bidones) se marcan otras cuatro o cinco horas de ir recorriéndose poco a poco, poquito a poquito… y desesperadamente. Los motores se encienden, se apagan en breve, y otros –irónicamente- empujan la máquina.
Los suplicios terminan para algunos cuando saludan al despachador, que siempre, pero más ahora, se ha estimado como un oficio para valientes. Pero otros, que se han quedado a unos cuantos carros de alcanzar aunque sea un chorrito de combustible, tendrán que regresar por donde vinieron, en la reserva, y por supuesto, acompañados de la incertidumbre.
Sin embargo, de unos días a la fecha nos hemos acostumbrado. Hemos hecho amigos (amigos de fila), hemos aprendido a monitorear las estaciones que prestarán sus servicios, precisamente para largar con al menos una llamita de esperanza, mientras que nuestras noches en un auto, ya no son más un desquicio de una alocada juventud, una aventura campirana o un simple acto de extrañeza, sino que ahora, conocemos a varios que lo ha hecho porque así tenía que ser… claro, si querían evitar el ‘patín’.
Así es como hemos llegado al punto de normalizar el problema y de entender las afectaciones, y donde hemos entendido que ‘bidón’ ha pasado de ser una palabra bonita, coqueta y bien hecha, pero insignificante, a un resquicio de esperanza.