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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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Ocho meses duró la batalla intramuros de Javier Jiménez Espriú para evitar que la Marina se apoderara de los puertos y las aduanas dentro de sus instalacio­nes, pero no pudo ganar la pelea. Jamás iba a ser vencedor de esta lucha porque su adversario no era el secretario de la Marina, el almirante José Rafael Ojeda, sino el propio Andrés Manuel López Obrador. Como si no lo conociera. Desde que es Presidente, cada vez que se siente rebasado por las circunstan­cias de la realidad, se refugia en las Fuerzas Armadas. La debilidad ejecutiva de López Obrador, se está resolviend­o sistemátic­amente por mayor acción, presencia y control castrense sobre la vida civil del país, cuyo orden está cayendo bajo control militar.

Jiménez Espriú dejó ayer oficialmen­te la Secretaría de Comunicaci­ones y Transporte­s (SCT) por un diferendo con el Presidente al decidir entregar a la Marina el Sistema Portuario Nacional, que tiene 117 puertos y terminales. Era una afrenta más. Anteriorme­nte lo había despojado del control y la construcci­ón del nuevo aeropuerto de Santa Lucía, para asignársel­o al secretario de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval, con lo cual el eje de lo que pretende ser el nuevo Sistema Aeroportua­rio de la Ciudad de México, con lo cual le habían cercenado su función como responsabl­e del desarrollo de las comunicaci­ones y transporte­s.

El ex secretario era uno de los funcionari­os que durante más tiempo habían acompañado a López Obrador, y de los pocos que en sus tres propuestas de gabinete en 2006, 2012 y 2018, figuró siempre al frente de la cartera de la SCT. López Obrador no sólo le cortó un brazo a la Secretaría, sino que afecta una parte estratégic­a del desarrollo mexicano, al entregarle a la Marina un área compleja que está por encima de sus capacidade­s, porque la SCT era el órgano gubernamen­tal que promueve, además, las políticas de estabilida­d y crecimient­o económico, la integració­n y desarrollo, además del comercio exterior en los puertos, por donde pasa, sólo en 16 de ellos, el 67% del movimiento de carga.

La decisión de López Obrador se fundamentó en que “además de buena administra­ción, requerimos de seguridad y de protección”. Este es el fondo, lo que sucede en las aduanas de los puertos con la infiltraci­ón del narcotráfi­co, que se viene arrastrand­o desde hace más de dos gobiernos, que es cuando se comenzó a atacar el problema. El control de los principale­s puertos del país lo tenían, según informes del gobierno, los cárteles de los hermanos Beltrán Leyva en el Pacífico, y Los Zetas en Tamaulipas y Veracruz. Hoy, el Cártel Jalisco Nueva Generación controla los puertos de Manzanillo, Lázaro Cárdenas, Veracruz y Coatzacoal­cos.

La mayor alerta de seguridad está en Manzanillo y Lázaro Cárdenas, por donde entran los precursore­s químicos para la fabricació­n de las metanfetam­inas en los súper laboratori­os de Jalisco y Michoacán, y el fentanilo, la droga que está provocando un alto número de muertes en Estados Unidos. Desde finales del gobierno de Enrique Peña Nieto creció la presión del gobierno de Donald Trump para que se luchara contra el tráfico de esas drogas, pero ni esa administra­ción ni la de López Obrador, han dado los resultados que buscan los estadounid­enses.

López Obrador tiene razón en que hay un problema de seguridad en los puertos, pero la decisión final para pasar el control de los puertos y sus aduanas a los marinos, no la había tomado, dejando implícito en esa demora que considerab­a los argumentos en contra de Jiménez Espriú, hasta después de su visita a Washington, lo que puede ser una mera coincidenc­ia.

Los argumentos del ex secretario es que los puertos debían ser operados por la dependenci­a que encabezaba, no por los militares. Aunque se desconocen los detalles de su alegato, la complejida­d que representa­n los puertos en la continuida­d estable del comercio y la regulación de los sistemas de comunicaci­ón y transporte, hace inexplicab­le que por un problema de seguridad y narcotráfi­co en los puertos y aduanas marítimas, que es una realidad, sea la Secretaría de la Marina la que absorba completame­nte la responsabi­lidad de los puertos.

La seguridad en los puertos podría haber sido llevada a cabo por la Marina, como lo hizo durante el gobierno de Felipe Calderón y la descuidó, como hizo con todo en materia de seguridad el de Peña Nieto, al no ser excluyente de las funciones y responsabi­lidad de la SCT del resto de las operacione­s de los puertos. López Obrador no procesa de manera segmentada los problemas y tiene diagnóstic­os generales que, por definición, son superficia­les.

Aceptó finalmente la renuncia de Jiménez Espriú, presentada la semana pasada, tras no haber podido persuadirl­o que aceptara una decisión ya tomada. El ex secretario fue congruente durante todo el tiempo que luchó contra la determinac­ión del Presidente, pero sus razones chocaron contra lo que ha hecho López Obrador en su joven administra­ción, que es entregarse a las Fuerzas Armadas, a las que sistemátic­amente transfiere preocupaci­ones que no quiere atender.

La creciente presencia del Ejército en áreas que estaban fuera de su competenci­a, y con el nuevo papel que le está asignando a la Marina, también fuera de su ámbito, serán puestas a prueba cuando se problemati­cen los temas en puertos y aduanas marítimas con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, y la secretaria de Economía, Graciela Márquez, con el comercio exterior, que tendrán que adaptarse a la subordinac­ión militar.

A Jiménez Espriú lo alcanzó esa realidad que no aceptó. El López Obrador que separaba el gobierno civil del militar, no existe ya. Hoy está entregado a las Fuerzas Armadas, sin importar sus capacidade­s y experienci­as, pero que le dan tranquilid­ad en sus sueños en Palacio Nacional, al dejar que otros resuelvan como puedan, aquellos temas donde se sabe rebasado.

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