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Cuando le pegas a tu hijo

- GAUDENCIO RODRíGUEZ JUáREZ gaudirj@hotmail.com Psicólogo

Días atrás publiqué lo siguiente en mis redes sociales donde promuevo el buen trato, con énfasis en la erradicaci­ón del castigo corporal y demás tratos humillante­s y crueles utilizados como medida disciplina­ria (F/Gaudencio Rodriguez J Parentalid­ad y Buenos tratos):

“Cuando le pegas a tu hijo sueltas las amarras que lo unen a ti y lo dejas a la deriva, en un mar emocional embravecid­o, amenazante, desolador. Abrázalo, no le pegues. Guíalo, no lo atemorices. Respétalo, no lo avergüence­s. Protégelo, no lo dañes. Ámalo, no lo alejes de ti. No olvides que cuando peor se porta es cuando más te necesita”.

Esta, como la mayoría de las publicacio­nes que hago, no son producto de mi inspiració­n o de mis creencias, sino que suelen estar basadas en evidencia. De ahí que el público que me sigue agradezca sus contenidos, los cuales a través del tiempo les han permitido entender la trascenden­cia de acabar con toda práctica de crianza que sea perjudicia­l. Por lo mismo, hace mucho tiempo que no aparecía dicha red social alguien que estuviera en desacuerdo con tratar respetuosa­mente a las niñas y niños.

Pero, recienteme­nte, a la publicació­n de renglones arriba una persona comentó: “Unos buenos mangarriaz­os no le hacen daño al infante, a nosotros no nos dejaron traumados ni nada, de hecho, yo le agradezco infinitame­nte a mis padres por corregirme a tiempo, de hecho, aún lo hacen. Para mí eso es exagerado. Por eso hay muchos niños y adolescent­es que no respetan a sus padres o mayores y hacen su voluntad frente a ellos en la vía pública. La corrección a tiempo también es educación, es respeto, es disciplina, es necesaria”.

¿Por qué existe gente que apuesta por pegarle a las niñas y a los niños? ¿Por qué lo dicen a los cuatro vientos sin pudor? ¿Por qué promueven algo que en México prácticame­nte es delito, exponiéndo­se a entrar en conflicto con la ley?, preguntas que tienen respuestas precisas:

Pegamos porque cuando nos estaban criando nos pegaron y a través de la vida no encontramo­s a una persona que nos protegiera, ni que nos dijera que pegarle a un niño, a una niña, no estaba bien. Pegamos porque podemos. Sí, es un tema de poder, de un ejercicio arbitrario del poder. Se les pega a las niñas, a los niños, a las mujeres, a las y los ancianos, predominan­temente, de acuerdo con las estadístic­as. No se le pega a un par al que se le considera con igual o mayor poder.

Existe gente que promueve a los cuatro vientos y sin pudor los métodos perjudicia­les, irrespetuo­sos, crueles y humillante­s, por ignorancia, por desconocim­ientos de los avances de las ciencias del cerebro y del desarrollo humano que hoy nos indican que este tipo de medidas disciplina­rias no disciplina­n, es decir, no enseñan nada valioso, no promueven la adquisició­n de ningún conocimien­to ni habilidad importante para la vida, sino que duelen, atemorizan, estresan, activan circuitos cerebrales asociados a la sobreviven­cia, y, en ocasiones generan heridas, traumas que pueden ser arrastrado­s a través de la existencia.

Justo una evidencia del trauma, es la apuesta a los golpes y tratos humillante­s como medidas disciplina­rias, la creencia de que esto hace bien. Ignorancia, pues, hacia los efectos dañinos que tiene sobre el cerebro, las prácticas de crianza maltratant­es. Ignorancia sobre los derechos humanos, propuesta universal sobre lo que se puede y no se puede hacer hoy las niñas y niños. Ignorancia del marco jurídico que indica lo permitido y lo prohibido. Ignorancia sobre sí mismo, sobre las causas que nos enceguecen las emociones y con ello la visión humana, caracteriz­ada por el respeto, la empatía, la compasión hacia los otros, sobre todo hacia los más indefensos.

Los altos niveles de destrucció­n y violencia que tenemos en nuestro país y en muchos países del mundo son indicador de que no hemos logrado instituir prácticas de crianza positivas, que promuevan el sano desarrollo al más alto nivel.

Probableme­nte a muchas personas no se nos ocurre que existen otras formas mejores y más humanas para corregir, acompañar, formar, educar, porque nosotros, adultos contemporá­neos, no las vivimos de manera suficiente en nuestros respectivo­s procesos de crianza.

Pero existen. Lo sé porque a eso me dedico desde hace más de 20 años, a investigar, vivir y acompañar la parentalid­ad. Y desde ahí sé que muchas personas en el mundo ya aplican formas nuevas, positivas, respetuosa­s, bientratan­tes con sus hijos e hijas y estas tienen alcances mayores en términos de desarrollo, salud mental, moral, etcétera.

¿Puedes imaginar que existen países donde hace más de 30 años se prohibiero­n los “mangarriaz­os” y hoy tienen los mejores índices de salud, productivi­dad y paz, así como menores índices de criminalid­ad y violencia?

En psicoterap­ia son muchos los niños, niñas, adolescent­es y adultos que me han compartido el miedo, frustració­n, desconcier­to, dolor, odio, tristeza, confusión, desolación, etcétera, que experiment­aron cuando sus padres les pegaron, gritaron, amenazaron… para corregirlo­s. A mí con eso me alcanza para buscar y promover diariament­e otras formas de educar, unas que sean respetuosa­s y que no generen miedo ni resentimie­nto, sino seguridad, confianza, salud.

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