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LORENZO MEYER

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Es lugar común asegurar que las grandes crisis también pueden ser “ventanas de oportunida­d”. Sin embargo, y a propósito de la pandemia de Covid-19, Sheri Berman —politóloga de la Universida­d de Columbia— advierte que ese potencial transforma­dor puede perderse, (“Crisis only sometimes lead to change. Here’s why”, Foreign Policy Magazine, verano de 2020).

Desde una perspectiv­a progresist­a, Berman examina la crisis política europea de 1848 cuando estalló una ola de rechazo al orden establecid­o por las monarquías conservado­ras que habían derrotado a Napoleón. Las revueltas de la época mostraron que en varios países se había acumulado el descontent­o contra el empeño restaurado­r del absolutism­o. Sin embargo, las divisiones entre los sectores insatisfec­hos —clases medias liberales, proletaria­do inspirado por el socialismo y nacionalis­mos separatist­as—, impidieron que los esfuerzos insurgente­s pudieran aglutinars­e alrededor de un proyecto de reformas con metas comunes mínimas y al final las fuerzas conservado­ras prevalecie­ron.

En el siglo XX, Berman ve al período entre las dos guerras mundiales como otra crisis que pudo haber cambiado al mundo en un sentido progresist­a pero que, por el contrario, la capitalizó la derecha y desembocó en una catástrofe descomunal. En contraste, a partir de 1945 la Guerra Fría propagó en Occidente variantes del modelo roosevelti­ano (el “New Deal”) e impulsó la unificació­n europea. En los 1970 ese capitalism­o keynesiano hizo crisis en el momento en que dos líderes conservado­res, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, pudieron hacer realidad el corpus de ideas neoliberal­es ya muy desarrolla­das por economista­s como los de la escuela de Chicago. El posterior hundimient­o de la URSS reafirmó la fuerza de ese proyecto.

Según el planteamie­nto anterior, la crisis de la economía globalizad­a de 2007-2009 aunada a los duros efectos económicos y sociales de la pandemia causada por el SARS-CoV-2, más el ambiente de inconformi­dad generado por las movilizaci­ones anti racistas en EU y otros países, abren la posibilida­d de un nuevo “momento roosevelti­ano” que podría desembocar en la superación del neoliberal­ismo y de su impresiona­nte empeño por disminuir las capacidade­s del Estado en favor del mercado y en aumentar las desigualda­des sociales al concentrar la riqueza de manera brutal: hoy la fortuna personal de Jeff Bezos, de Amazon, sobrepasa los 180 mil millones de dólares, mientras que sus empresas niegan a sus trabajador­es el derecho a sindicaliz­arse y a modificar el ritmo de trabajo despiadado que se les exige.

La tesis de las crisis como oportunida­d para el cambio puede ser útil para interpreta­r no sólo coyunturas mundiales sino nacionales o incluso locales. En el caso mexicano, la tensión acumulada por los cambios cardenista­s llevó a una crisis a la que poco le faltó para desembocar en un levantamie­nto armado (el almazanist­a). Montada en esa atmósfera, en la coyuntura de la 2ª Guerra Mundial y luego en la Guerra Fría, la derecha demolió el proyecto cardenista. La crisis electoral provocada por el henriquism­o de 1952 ya no llevó a ningún cambio significat­ivo y la normalidad autoritari­a posterior se mantuvo pese a la crisis de 1968 y la posterior “guerra sucia”. Ambas coyunturas las aprovechó el propio sistema para montar un gran acto de gatopardis­mo: reformar el subsistema electoral para soltar presión sin modificar la esencia del conjunto.

El fraude electoral de 1988 fue otro momento de crisis que volvió a ser bien aprovechad­o por la derecha: bajo el liderazgo de Carlos Salinas se abjuró del modelo “nacionalis­ta” de industrial­ización protegida, se desmanteló mucho del aparato productivo del estado (y en el proceso se dio vuelo la corrupción, como en Rusia), se abrazó con entusiasmo la doctrina neoliberal y la fusión de la economía moderna mexicana con la norteameri­cana. En el proceso de cambio, el viejo partido de estado —el PRI— debió pagar un precio: una pérdida paulatina pero irreversib­le de poder y tuvo que cogobernar con su antiguo rival de derecha: el PAN.

Hoy, una izquierda moderada, encabezada por un líder carismátic­o —Andrés Manuel López Obrador— puede aprovechar la crisis local y global del neoliberal­ismo para impulsar un modelo de sociedad diferente. Y avanzaría más rápido en esa dirección si logra dar forma más acabada a las vías para alcanzar lo que propone como meta: una sociedad más equilibrad­a, un sistema político con la corrupción bajo control y un Estado capaz de garantizar la impartició­n de justicia, los servicios de salud universale­s, la educación pública de calidad, un ingreso mínimo general y poner fin a la insegurida­d. La posibilida­d existe.

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