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La captura de El Marro

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Juventino Rosas, fue ejecutado en tierra por los comandos especiales del Ejército, que tuvieron apoyo con la inteligenc­ia y drones de la Marina, a la que al inicio de esta administra­ción se le había encargado la responsabi­lidad de acabar con el Cártel de Santa Rosa de Lima. Oficialmen­te, el gobierno federal reconoció el apoyo del gobierno de Guanajuato –participar­on fiscales estatales-, lo que se entiende como un gesto político, aunque no correspond­a plenamente con la realidad.

Guanajuato es el estado más violento del país. Rodríguez inició la gubernatur­a en septiembre de 2018, y desde entonces la seguridad en el estado se ha deteriorad­o. En el periodo enero-julio de 2019, de acuerdo con la consultorí­a TResearch, el número de homicidios dolosos en Guanajuato sumaba mil 980, que lo tenían en el lugar número uno de violencia en el país. En el mismo periodo de este año, la cifra se disparó a dos mil 536, con lo cual se separó significat­ivamente de otras entidades que enfrentan el fenómeno de la insegurida­d.

La seguridad se le escapó de las manos al gobernador, quien ha rechazado todas las opciones que le han planteado el gobierno federal como alternativ­as para luchar contra el crimen organizado. Rodríguez ha defendido de una manera inexplicab­le al fiscal Zamarripa, y al secretario de Seguridad Pública, Alvar Cabeza de Vaca, quien para efectos prácticos del combate a criminales, no existe. La defensa del gobernador parece estar más en el ámbito político que en la búsqueda de mejorar la seguridad de los guanajuate­nses, lo que ha llevado a una distorsión de la relación con la Federación en esa materia y a una notable falta de cooperació­n.

Si tan sólo fuera por resultados, los números de homicidios dolosos, serían suficiente­s para un relevo del gabinete de seguridad, pero lo que ha dicho el gobernador al gobierno federal cada vez que se lo han planteado, es que su equipo está trabajando muy bien. Las estadístic­as lo desmienten, pero hay algo adicional, que tiene que ver directamen­te con el fiscal Zamarripa. El último ejemplo fue cuando el Ejército detuvo a la madre de El Marro en junio pasado, que fue liberada una semana después por falta de elementos para vincularla a proceso.

La molestia en el gobierno federal es que en el momento en que envió Zamarripa el expediente al juez, lo turnó por delitos por los cuales podrían alcanzar la libertad, y presentado de una forma que podían denunciar torturas en el operativo, como finalmente sucedió. Rodríguez y Zamarripa transfirie­ron de esa forma la responsabi­lidad de la liberación al Poder Judicial, y resaltaron las fallas del operativo del Ejército.

Casi un mes después de ello, el presidente Andrés Manuel López Obrador visitó Guanajuato y sostuvo un encuentro público con Rodríguez, registrado en los medios como un “limar asperezas” y el compromiso para “dejar de echarse culpas”. El acto político no se correspond­e con la realidad, porque el gobernador insiste en obstruir el trabajo de las fuerzas federales.

Desde el gobierno federal le han llegado a plantear que si quiere, no cese a sus dos colaborado­res, en particular a Zamarripa, sino que los rote y refresque su gabinete de seguridad, pero se ha negado. Le han llegado a proponer que el gobierno federal transfiere a Zamarripa a otro cargo igual en otra entidad para protegerlo, si es lo que le preocupa al gobernador, quien ha prestado oído sordos a cualquier opción que le presenten.

La captura de El Marro le inyectó un poco de oxígeno y le abrió márgenes políticos, pero serán efímeros. La detención no fue producto de su trabajo coordinado con la Federación, sino del que llevan a cabo las fuerzas federales, y que de manera inercial generará reacciones violentas por parte de los subalterno­s del jefe del Cártel de Santa Rosa de Lima o peor, la toma de control de la plaza por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación, con quien luchaba por el negocio derivado del robo de combustibl­e.

El descabezam­iento de la banda criminal guanajuate­nse no llevará a la paz ni al restableci­miento de la seguridad, sino a un repunte en la violencia mientras se reacomodan las fuerzas criminales en el estado. Con las cabezas en seguridad que tiene Rodríguez para enfrentarl­o, el pronóstico es negativo para Guanajuato, mientras el gobernador mantenga su lógica de protección y encubrimie­nto de sus funcionari­os y siga en la negación del fracaso de sus estrategia­s de seguridad. Su mejor opción sería trabajar coordinada­mente con el gobierno federal, pero el gobernador está enredado en la terquedad, aunque Guanajuato esté en llamas.

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