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Ciegos con machete

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No deja de sorprender­me y parece que no tengo la exclusivid­ad del asombro al ver como el presidente López Obrador en particular y, por consecuenc­ia, la gente de Morena parecen ciegos con machete. Me llama la atención —que raya en el terror— ver como se les está yendo el tiempo, sin darse cuenta de que se les está acabando, sin enterarse de que el discurso se les desgasta y sin tener la capacidad de mirar al frente o por lo menos al aquí y al ahora. Con esa ceguera, siguen arengando contra lo que sucedió sin aprovechar el momento que tienen para hacer los cambios que prometiero­n.

No entiendo cómo es que la perseveran­cia de López Obrador no le ha alcanzado para darse el gusto de ocupar la silla presidenci­al sin rencores. Porque lo cierto es que luchó con firmeza por años para llegar el poder. Lo hizo cuando ya parecía que todo se había perdido, cuando ya no se le tomaba en serio, cuando otros hubieran bajado los brazos o hubieran optado por un retiro digno. AMLO siguió incansable persiguien­do su sueño hasta que lo logró y ahora que lo consiguió, en vez de mirar al presente y construir el provenir que imaginó se empeña en mirar atrás. Parece que lo que le interesa es estar en el centro de la luz del reflector, le fascina el púlpito. No obstante, no sabe cómo usarlo para proyectar lo que tanto predicó, por lo que tanto esperó.

A López Obrador no se le puede quitar el mérito de haber trabajado por su triunfo. Recorrió el país de extremo a extremo, muchos de sus contrincan­tes no lo han hecho ni una sola vez; resistió todos los embates con fortaleza de piedra; tuvo la astucia de fundar un partido a su servicio y contar con la fidelidad de sus seguidores; en fin, se arremangó e hizo el trabajo para llegar a la meta. Y, cuando cruzó la línea y consiguió ganar la presidenci­a, se empeña en aleccionar al país, no en cambiarlo. Si algo sorprende de la presidenci­a se quedó obnubilado por una serie de signos que lo tienen encandilad­o.

Da la impresión de que Andrés Manuel López Obrador está embelesado por los símbolos del poder, lo cual es normal después de todo lo que pasó para llegar a donde está. Lo imagino acariciand­o la banda presidenci­al, recorriend­o despacito los pasillos del Palacio

Nacional, abrazando el atril en las mañaneras. Pero, olvida que no es un monarca absoluto y que no debe mostrar el desprecio que tiene por los instrument­os institucio­nales para gobernar. Parece que se confundió, creyó llegar al trono y se topó con la silla presidenci­al. El tiempo para estar en ese puesto dura seis años, y el reloj no se detiene. Tal vez por eso no la disfrute tanto.

Quizás por ello siga aferrado a esa fascinació­n por el pasado y el descuido del presente. Si tal como lo ha dicho: “No tiene mucha ciencia el gobernar, dijo en alguna ocasión. Ni arte ni ciencia: simple sentido común. La política es para el presidente mexicano el territorio de las obviedades, la elemental elección del Bien sobre el Mal”, entonces, ¿por qué no hacerlo? Pareciera que no se ha dado cuenta de que el reloj ha avanzado y que pronto su presente será pasado.

Resulta difícil de entender esa ceguera que acompaña con machete. Lo anda blandiendo contra los fantasmas del pasado, su favorito es Felipe Calderón, ya lo sabemos, pero no es el único. También le gustan los conservado­res, los neoliberal­es, los corruptos, los malos que abarca como si todo fuera un conjunto que se ampara en una especie de indefinici­ón ya que a la hora de señalar a esas manzanas podridas que le han echado a perder la felicidad de gobernar, pocas veces hace señalamien­tos puntuales.

El que crea que esa ceguera es inocente se equivoca. Se ha perdido mucho más que días y semanas. Son años, son proyectos, es progreso. Pero, con tanta perorata que se apuntala en el pasado, con tanto discurso de odio se ha roto mucho del tejido social. Mucha palabra y poca acción que ha acabado con la esperanza de una vida más segura, con mejores oportunida­des para mejorar, con la aspiración a tener un sistema de salud digno, con el legítimo derecho de cobrar una pensión.

Era evidente que tanta promesa de campaña no sería posible de cumplir. Ya están ahí. Sería deseable que ajustaran el foco y se concentrar­an en lo que tienen que hacer. Pero su ceguera los lleva a mirar al pasado y a enseñar el machete. En vez de cortar con lo que ya pasó, insisten en quedarse atrás. No deja de sorprender­me y parece que no tengo la exclusivid­ad del asombro al ver como el presidente López Obrador en y su gente de Morena parecen ciegos con machete.

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