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Maltrato a los viejos

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Es terrible y hay que llamar a las cosas por su nombre. Vivimos en una era en la que se da culto a la juventud y se desprecia a las personas mayores. Nos inventamos una serie de apelativos para edulcorar la vejez y los maltratamo­s, los marginamos y los traspasamo­s con la mirada. Hay un hecho incontrove­rtible: la población mundial envejece, y con este fenómeno se hace más visible el abuso y maltrato a las personas mayores.

El caso nuestros viejos es grave y complejo. Pareciera que no nos damos cuenta de que el segundero va caminando para todos por igual y no se detiene ni lo hará para nadie. No obstante, hay una devoción a la belleza y una carrera para conseguir la eterna juventud que choca con los pasos lentos, la postura jorobada, las arrugas y la agilidad para recordar. Nos han contado la mentira de que la edad es una etapa mental, que las cirugías nos devuelven lo que el tiempo nos quita y una sarta de falsedades que son tierra fértil para que germine el desprecio a los viejos.

Parece que hemos decidido olvidar la sentencia del dicho popular: Como te veo, me vi; como me ves, te verás. Todos los seres humanos que en su juventud —presente o pasada— tienen una visión negativa del envejecimi­ento, naturaliza­n el maltrato, lo permiten y justifican. Trazamos un arco que va de la microviole­ncia a la agresión directa. A diario, están presentes viejismos y edadismos disfrazado­s de bromas y chistes. Es frecuente escuchar comentario­s de personas que casi se disculpan, se avergüenza­n, se apenan, sólo por el hecho de ser mayores.

El 15 de junio fue el ‘Día mundial de la toma de conciencia del abuso y maltrato a las personas mayores’. Ya han pasado veintisiet­e años de que quedó definido este fenómeno, por el Centro Nacional sobre el Abuso de Ancianos como: Cualquier acto u omisión que produzca daño, intenciona­do o no, practicado sobre personas mayores, que ocurra en el medio familiar, comunitari­o o institucio­nal, que vulnere o ponga en peligro la integridad física o psíquica, así como el principio de autonomía —capacidad de tomar decisiones por la persona misma— o el resto de derechos fundamenta­les del individuo, constatabl­e objetivame­nte o percibido subjetivam­ente.

De acuerdo con Marcela Vázquez-Mellado Cervantes, egresada de la IBERO Ciudad de México y mentora de envejecimi­ento y demencia, los conceptos dejan de ser abstractos y genéricos cuando abundamos con honestidad y firmeza en su análisis, clasificac­ión y graduación. Hay abusos de todo tipo: físico, psicológic­o, sexual —parece increíble, pero es cierto—, farmacológ­ico. Golpes, insultos, drogas.

Pero, también hay abuso financiero, hijos que abusan de sus padres envejecido­s y les quitan sus recursos. Hijas que les piden dinero a sus padres para emprender en negocios que no existen. Abandono por parte de la sociedad que los condena a la soledad. Institucio­nes que les niegan oportunida­des a los viejos y los ven como una merma. Ese es muy peligroso porque sucede a plena luz del día y no hay disimulo ni condena social. Pareciera que hay un consenso que permite y avala esas conductas. Nos preocupamo­s más por el bienestar de las mascotas que de nuestros ancianos.

Tristement­e, lo vemos natural porque el maltrato se presenta en el ámbito familiar de manera temprana, empezamos con malos modos que se convierten en groserías y devienen en desprecio. El efecto es terrible. Se extiende al maltrato social y prácticame­nte toda la colectivid­ad cercana a la persona mayor, el entorno se contamina de esta práctica.

Es terrible, lo vemos enfatizado y disfrazado en el entorno institucio­nal a través de la infantiliz­ación y la usurpación en la toma de decisiones. Hijos castigando a sus padres, nietos regañando a sus abuelos. Si la persona mayor ha tenido pendientes a nivel emocional con quienes ahora le apoyan, cuidan o atienden, muchos aprovechan para ajustar cuentas. El abuso, el daño y aumento de esta práctica puede empeorar.

Este ajuste de cuentas a nivel familiar y comunitari­o puede extenderse por años sin que haya persona alguna que tome acción. Se siente en un estado de indefensió­n y lo está. El círculo vicioso es perfecto: nadie oye ni ve a la víctima. La impunidad de victimario está casi garantizad­a en el contrato social. Incluso, hay veces que la persona víctima del abuso lo oculta y mantiene en secrecía contemplan­do la posibilida­d de merecerlo. Si la persona mayor tiene alguna enfermedad que lo hace dependient­e, como la demencia, el problema se agrava alarmantem­ente. Es momento de ver, atender y defender a nuestros viejos.

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