Tantas dudas sin despejar sobre Ayotzinapa
Ya han pasado nueve años de en aquella noche del 26 de septiembre de 2014 desaparecieran cuarenta y tres estudiantes normalistas de la escuela Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en Guerrero. El caso nos deja tantas dudas y en una conmoción difícil de definir, no sólo por la escala de la desaparición sino por las imprecisiones sobre los involucrados. Ya todo está hecho un batidillo y la verdad está tan manoseada que parece difícil que algún día sepamos lo que realmente sucedió.
Lo triste de este caso es que lo más probable es que las interrogantes nunca se despejen y lo peor es que entre todas las versiones que se han manejado, no hay una verdad que ilumine y nos diga qué pasó en realidad y dónde se encuentran estos estudiantes desaparecidos. Tanta turbiedad nos lleva a desconfiar. Resulta que un grupo del que casi nadie había oído hablar fue el que se atrevió a cometer una de las peores atrocidades de la historia reciente en nuestro país.
En su momento, el gobierno de Enrique Peña Nieto no pudo esclarecer lo que sucedió. Las versiones oficiales, las verdades históricas no convencieron; el tema no desapareció por decreto y la oposición en aquel momento arengó junto con los padres: “vivos se fueron, vivos los queremos de regreso”. La forma de sacar raja política fue un gran escupitajo que se lanzó al cielo y ahora les está ensuciando la cara.
La promesa que le hicieron a los padres de los normalistas desaparecidos de que, si el Movimiento de Regeneración Nacional llegaba al poder, el problema se resolvería, es un ofrecimiento que no se podrá cumplir. El tema es una papa caliente que nadie quiere tocar porque todos salen quemados. Es un puerco espín que pincha durísimo. El Procurador General de la República, José Murillo Karam está en la cárcel, es un hombre de setenta y cinco años que está bajo la sombra por haber dado una versión manipulada de la verdad. Alejando Encinas Rodríguez, Subsecretario de Gobernación y encargado del asunto está dando versiones muy parecidas a las de Murillo, o eso dicen las partes relacionadas con el caso.
Los padres están desilusionados y hartos de que les sigan dando atole con el dedo, los abogados de los miembros del Ejército Mexicano que están detenidos, acusan a Encinas y dicen que él también debiera estar tras las rejas. El nivel de colusión entre las autoridades municipales y estatales con grupos delictivos en el Estado de Guerrero donde hay una robusta presencia militar deja a la milicia en un lugar incómodo. Ni todas las prebendas y el poder que han ganado en la administración de López Obrador bastarán si les cae todo ese mugrero encima.
En el imaginario popular, se presiente que todos mienten. Los niveles de corrupción y de colaboración entre delincuentes y autoridades llevan a que las personas se pregunten si será posible que los criminales sobornen a los funcionarios a cambio de pagos jugosos. Lo cierto es que en nueve años todo ha cambiado: la forma en la que los narcotraficantes hacen negocio, la forma en la que el Estado mira al crimen organizado, las relaciones de poder se han movido de lugar. Ahora, la línea de mando se ha desdibujado y ya no se sabe quién manda y quién obedece.
¿Qué pasó con estos cuarenta y tres estudiantes desaparecidos? No se sabe bien ni a ciencia cierta. Algunos dicen que los confundieron, otros que andaban secuestrando camiones para ir a Iguala y hay quienes dicen que querían ir a la Ciudad de México; hay quienes sostienen que entre ellos había infiltrados. Unos dicen que los mataron luego, luego y otros pasaron días y no todos estaban muertos.
Cristina Bautista Salvador, madre de uno de los desaparecidos dice con mucha razón: “En vez de que buscaran a nuestros hijos o nos dijeran la verdad, se protegían entre ellos mismos”, parece que eso es lo que siguen haciendo. Lo único que propios y extraños sabemos es que hay tantas dudas sin despejar en el caso de Ayotzinapa. Ahora el señor presidente dice: No se trata de echarle la culpa al Estado. ¿No fue eso lo que ellos hicieron en otros tiempos?