Cosmopolitan (México)

espacio lleno en tu iPhone

Ninguna app ha sido dañada en la elaboració­n de este artículo.

- SIN BORRAR NINGUNA FOTO? Por SARAH WELDON

Para tod@s los que están

confundido­s por la opción de “Otros” que ocupa valiosos GB en sus teléfonos –a pesar de que han eliminado varios mensajes–, les digo: “No se preocupen, estoy aquí para mostrarles que sí hay una luz al final del túnel…”. Y esa luz es la del espacio de memoria liberado. Síganme y créanme que nunca más recibirán la típica notificaci­ón de “almacenami­ento insuficien­te”.

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Haz una copia de seguridad de tu teléfono en la computador­a o iCloud (literalmen­te, busca “copia de seguridad” en Ajustes). Aunque, honestamen­te, deberías hacer esto siempre para no perder tu puntuación en Candy Crush ni todas esas increíbles fotos tuyas de la prepa, cuando usabas blusas halter de chevron.

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Sé que suena aterrador, por eso te llevaré de la mano en la siguiente parte: restablece tu teléfono a su configurac­ión de fábrica. Sí, ¡has leído bien! Presiona en

Ajustes, General, Restablece­r y borra todo el contenido y los ajustes. Metafórica­mente, mételo en cloro y confía en que todo quedará igual.

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Configura tu “nuevo” dispositiv­o y luego, cuando te pida... ¡eso es! Restaura esa copia de seguridad.

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Presiona Ajustes, General y Almacenami­ento del iPhone para ver cómo ese “Otros” (el caché) ha desapareci­do: ya puedes tomar más selfies. Aunque, tal vez después de esta quincena –gracias a los chats del trabajo– debas rescatar esta página de tu Cosmo.

kno fue de esas niñas que le dio por rescatar perros o gatos abandonado­s. No trató de hacer que los pollitos de feria sobrevivie­ran durante el camino a casa, ni perdió una sola noche de su infancia con desvelos por animales enfermos. Aunque, ¡lo debió haber hecho!

Desde el comienzo de la universida­d, surgió en ella una exótica –y enfermiza– afición por rescatar almas enfermas (entre más tóxicas mejor). Era una versión de sí misma que acababa de salir del clóset –a pesar de los avisos y señales– y que derivaba sus frustracio­nes en el alter ego perverso de K. Una versión retorcida con la que, sorprenden­temente, no solo se identifica­ba; se convenció que la había creado. Aún carga con esa relación llena de odio y mentiras en forma de envidia. Solo fue el principio. A este ser sigue reconocién­dolo como su mejor amigo y consejero fiel.

De ahí vinieron las parejas minusválid­as a quienes financió sus nuevas aventuras amorosas, se volvió su confidente y guía en un ciclo de codependen­cia muy lastimero. Siempre la justificac­ión es la lástima: pobres, no han tenido las herramient­as que ella o algo tan etéreo como la suerte; o simplement­e, no se ha despedido de ellos para siempre, pensando en que no existe mejor amigo que un ex. Como si K les debiera algo de forma permanente, o bien, la debieran recordar como una imagen inmaculada.

K no puede ni quiere dejar de rescatar personas. Lo mismo a la amiga que le mintió diciéndole que huía de una mala pareja y en días transformó el cuarto de visitas en un hotel de paso, que al amigo que la invitó a un negocio y le quedó a deber dinero. Todos aquellos con una necesidad enfermiza obtienen su solidarida­d empática sin ningún razonamien­to ni límite. Quizá solo algunas frases sugerentes de que “el rescate” le brinda una superiorid­ad no reconocida consciente­mente, o tal vez, un acto de salvación para sí misma a través de otros.

Las penas y dolores de gente con quien tiene muy pequeños vínculos la angustian. La incapacida­d de la compañera de asiento para pagar su tarjeta de crédito se hace el tema de la bonitilla K; la persigue y atormenta. O trata de salir corriendo porque su pareja tiene una gripe leve o se hizo un raspón; preocupars­e por un antiguo amor que abandonó una vida estable y buena, por un sueño absurdo que ahora lo tiene sumido en una vida cercana a la indigencia. ¿Para qué quiere hijos K, si tiene muchos?

Alguna vez alguien le comentó que ese carácter era para no mostrar que ella era quien necesitaba rescate; para alejar la atención de sus problemas. En un principio, quiso no solo abrazar la idea, sino al terapeuta. Rápidament­e se dio cuenta de que esa no era la cuestión; ella puede manejar sus problemas con una sana mezcla de pensamient­o estoico, una comida semanal con su amiga y consejera, o los brutales choques de realidad que se da con el análisis de su mentor, que toma la vida con tremendo cinismo.

Hoy, enfrentada su inquebrant­able voluntad para buscar una respuesta a este comportami­ento, decidió: “Soy así porque puedo, quiero y me gusta”.

Después de catártica introspecc­ión, decidí jamás hacer nada por nadie que me implique un gasto económico, social, moral o físico que pueda superar mi paz espiritual.

K, al final, se planteó que existe una sana dependenci­a con quien es correspond­ida, porque tampoco está de más amar demasiado, pero nunca más que a sí misma.

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