Cosmopolitan (México)

Con un bartender durante unas vacaciones

En una noche de su viaje, Nisha* obtuvo más que un coctel.

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todos en la isla querían a James.* O por lo menos así se sentía. Mi amiga y yo habíamos reservado dos semanas en una isla de fiesta en España para relajarnos después de los exámenes y el bar donde James era bartender pronto se convirtió en nuestro lugar favorito. En las noches estaba lleno de turistas compitiend­o por su atención; con brazos tonificado­s y tatuados más una sonrisa que te hacía sentir –aunque fuera por un momento– como la única persona que le importaba, tenía mujeres para elegir. Obviamente me gustaba, pero supuse que nada sucedería.

Luego de una semana de haber llegado a la isla, me lo encontré en un antro. Hicimos contacto visual de manera instantáne­a y así fue durante una hora (contada), antes de que él se me acercara. Incluso entonces no hablamos (¿realmente me habría gustado hacerlo?), aferró mi cuerpo contra el suyo mientras bailábamos; podía sentir su creciente erección, yo dejé que mis manos se deslizaran dentro de sus jeans para tocarlo. Había por lo menos 60 personas a nuestro alrededor pero, apenas los notamos.

Las cosas escalaron en cuestión de segundos. Gemí en su oído mientras él levantaba mi vestido para tocar la parte superior de mis muslos y más... su pene duro se clavaba en mí; estaba siendo penetrada en medio de la pista de baile y yo gozaba sin detenerme a pensar. “Quiero más de ti”, me susurró guiándome hacia la puerta. Y no me opuse.

Dejamos a nuestros amigos atrás y caminamos hacia el mar, donde encontramo­s a algunos vacacionis­tas afuera de un club de playa cerrado. Era obvio que había hecho esto muchas veces antes con quién sabe cuántas mujeres, pero no me importó. Sus dedos encontraro­n mi clítoris y lo masajeó tan deliciosam­ente; yo hacía mi mejor esfuerzo para no gritar de placer. Y cuando estaba al borde del orgasmo, se detuvo... a pesar de mis súplicas para que continuara. “No hemos terminado”, dijo. Entonces me quitó el vestido y se desnudó.

Se puso encima de mí y conforme entraba, me di cuenta de lo húmeda que ya estaba; le pedí empujar más fuerte y rápido. Parecía que lo tenía en todos lados de mi cuerpo; sus manos sostenían recio mi pelo, su lengua acariciaba mis pezones y continuaba repitiendo cuánto le excitaba. Los sonidos de los ebrios a la distancia y el pensar que cualquiera de ellos podía vernos en el acto solamente sumaba emoción. Desafortun­adamente, eso fue lo que pasó.

Alrededor de 15 minutos después, noté a dos locales con rostros enfadados parados a unos cuantos metros de nosotros, así que rápidament­e nos levantamos, recogimos nuestra ropa y corrimos. Ambos deseábamos seguir, pero el riesgo de que nos arrestaran era demasiado alto. Cada uno se fue por su lado y nunca nos volvimos a ver. Sigue siendo la mejor cogida que he tenido en unas vacaciones. Mi único arrepentim­iento es que no pudimos terminar en esa playa.

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Le encanta servir Sex on the Beach.

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