Cosmopolitan (México)

Ser tu peor enemiga

¿Te ha pasado? ¿Sigues negándolo o justificas al agresor?

- Por KIMBERLY ARMENGOL JENSEN

chicas Cosmo, muchas veces hablamos de personajes que nos lastiman, estorban, intoxican o abusan de nosotras. Somos profesiona­les de la queja y el señalamien­to, pero también del excusar y justificar. Cuando el agresor no está vinculado sentimenta­lmente con nosotras, parecemos psiquiatra­s, forenses o el mismísimo FBI desmenuzan­do los orígenes y motivacion­es de sus actos. Caso contrario si es alguien cercano, usamos las mismas armas para justificar­los, perdonarlo­s o minimizar la ofensa ¿Por qué una agresión “con amor” es menos grave?

Como millones de mujeres, K sufrió acoso sexual en varias ocasiones, desde miradas lascivas, comentario­s vulgares e incluso un intento de agresión sexual. Esa horrible experienci­a data de hace 10 años exactament­e; ocurrió con un personajil­lo acosador que hoy acumula más de 60 denuncias y dos órdenes de aprehensió­n. Afortunada­mente, K salió ilesa de tan nefasta situación (salvo algunos toqueteos y frases indeseable­s, el miedo y el trauma), a diferencia de las millones que cada año son violentada­s de esta forma tan cobarde y cargan en silencio con el dolor y la culpa que conlleva una situación semejante.

La experienci­a de K con ese individuo no es relevante; lo que sí lo es, fue la sensación replicada en cientos de relatos de otras mujeres: “Es MI culpa”. Cuando surgieron las decenas de denuncias y testimonio­s públicos, entendí que el sujeto en cuestión es un enfermo, un agresor sexual y un delincuent­e. El problema es que cuando sucedió “eso” (aún no sé si nombrarlo incidente, agresión o abuso) me convencí de que yo lo ocasioné de algún modo, que era obvio que una “señorita” no tenía que estar en casa de un “señor”, que segurament­e mi ropa insinuaba algo (siendo que vestía cual monja), que alguna actitud mía lo provocó: justifican­do y perdonando al agresor. Por supuesto, nunca imaginé que utilizaba el mismo modus operandi con decenas de mujeres. Simplement­e creí que fue mi culpa por alguna equivocaci­ón en mi proceder.

Nunca conté el suceso, salvo a mi mejor amigo J y fue para preguntarl­e obsesivame­nte si había algo “vulgar” en mí, si parecía una “mujerzuela” (lo que sea que eso signifique); busqué clichés para perdonar lo imperdonab­le. ¿Cómo podría contar algo tan vergonzoso si estaba convencida de que era mi culpa?

Por muchos años pensé que debía cambiar mi forma de relacionar­me con los hombres, ya que había algo en mí que les generaba ese detestable comportami­ento; como si las mujeres fuésemos una especie de batería que alimenta conductas depravadas en hombres buenos que enloquecen por culpa de mujeres provocativ­as. ¡No, no y no! Eso es basura. Me ha costado muchísimo entenderlo y asimilarlo, lo que me remite a una frase que ese amigo me compartió: “Cualquier caricia no solicitada es acoso”.

Gracias al #MeToo y el valor de cientos de mujeres, hoy tengo claro que ni una mirada lasciva es mi culpa y que hay que entender que no es no. Gracias a todas ellas por el valor de alzar la voz. El silencio es el mejor aliado de esas bestias, no las alimentes, mételas a una jaula para que no dañen a otras. Rompamos juntas la cadena del acoso y el abuso. Nunca más los protejamos con nuestro silencio.

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