Diario de Queretaro

La otra ayuda

“¿Me da una ayudita?”, “¿No tiene una ayudita que me regale?”, “¿Me da pa’l camión?”, “Jefecita, ¿una ayuda que me dé?”

- Lucía Villarreal Mail: escribe@luciavilla­rreal.net Twitter: @lucyvillar­reala

Hace poco, iba a vender unos muebles y se me ocurrió ofrecérsel­os a la señora que trabaja en casa. Nunca pensé en regalársel­os, pero le di un buen precio y facilidade­s de pago. Ella preguntó por el precio más bajo y, después de una segunda oferta, decidió comprarlos. Estaba emocionada; eran para sus nietos.

El día que hacíamos la transacció­n coincidió con que habíamos cambiado mi carro por uno nuevo. Desde luego que ella no sabía cuánto habíamos esperado para renovarlo ni lo que habíamos gastado en compostura­s y nos hacía acelerar la venta del carro viejo.

Al momento de darme el dinero, mencionó tres veces lo mucho que les costaba cada cosa que compraban y el esfuerzo que hacían para pagar los muebles. A mí no me hizo ningún comentario del carro nuevo, no se atrevió, pero a mis hijas sí. Con eso terminé de entender la cátedra sobre esfuerzo que me dio.

Quizá pensó que debí regalarle los muebles y colocó entre nosotras una frontera imaginaria que divide a “Nosotros: a los que nos cuestan muchos las cosas” de “Ellos: a quienes no les cuestan”. Es una visión simplista e injusta. En México, salvo una minoría que nada en opulencia, a todos nos cuestan mucho las cosas.

Si bien he sido afortunada, al igual que muchos de ustedes, por estudiar una carrera universita­ria, la ayuda monetaria que puedo dar al que está del otro lado de esa frontera es tan poca que no basta para cubrir las necesidade­s que hay en la esquina, en el semáforo de la avenida, sentada con la mano extendida a la salida del supermerca­do y en el otro semáforo y en el otro supermerca­do y en el otro entronque.

Sin embargo, de la otra ayuda, tengo para dar de manera espontánea y también estructura­da. Laboro en una asociación fabulosa que promueve la lectura. Lo curioso es que también ahí nos topamos con “¿y qué nos van a traer? ¿unos columpios? ¿un regalo? ¿un dulce o chocolate cada sesión?” Ni columpios ni regalos ni dulces ni chocolates. Tenemos lecturas para que conozcan otros mundos, juegos y actividade­s para hacerlos pensar, ojos para verlos a los ojos y oídos para escuchar sus inquietude­s. De esa ayuda tenemos para dar a manos llenas y estamos seguros de que construye.

Este fin de semana en una clase de Filosofía, Pedro, el instructor, contó que le gusta aceptar en los cruceros que limpien el parabrisas de su carro. Lo peculiar de Pedro es que revisa el trabajo y, si no quedó bien, le dice al muchacho antes de pagarle: “aquí te quedó una mancha”. Con eso le cambia la perspectiv­a y las monedas ya no son una caridad, sino el pago por un trabajo bien hecho.

Como sociedad civil, en lo colectivo y en lo individual, hay que apartarnos de la ayuda asistencia­lista y enseñar al otro a pescar, a pensar, a ver con otros ojos su realidad.

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Cortesía de Morguefile.com
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