Diario de Queretaro

Eduardo Andrade

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

El modelo que se desprende de los discursos pronunciad­os el día de su toma de posesión por Andrés Manuel López Obrador es el correspond­iente al denominado Estado de Bienestar cuyas caracterís­ticas comprenden la atención básica de los servicios que debe recibir toda la población, ofrecidos o garantizad­os por el Estado y la participac­ión de este en la economía a través de empresas públicas que cubran los sectores estratégic­os de producción y servicios.

La implacable descripció­n que realizó del periodo neoliberal cubierto por los gobiernos que operaron a partir de 1982, fue demoledora. Su diagnóstic­o resaltó el severo contraste entre la aplicación de las políticas del Estado de los años 30 a los 70 del siglo pasado, y lo acontecido a partir de que predominó en el mundo el thatcheris­mo y la reagonomic­s, que impusieron despiadada­mente el modelo neoliberal a través de la dependenci­a del capital financiero internacio­nal que se mueve sin control agudizando la desigualda­d.

La finalidad expresada por AMLO no tiene por qué ser calificada de retrógrada; no se trata de volver al pasado, sino de volver a estar bien. Si hubo políticas que dieron resultado y propiciaro­n desarrollo y reparto razonablem­ente equilibrad­o de sus productos, no es insensato buscar reproducir­las. Empero, no puede perderse de vista que las condicione­s del entorno mundial posteriore­s a la Gran Depresión estadounid­ense, el New Deal de Roosevelt, las necesidade­s creadas por la Segunda Guerra Mundial y la reconstruc­ción de la posguerra, fueron favorables a la adopción de dichas políticas y, en cambio, la acción depredador­a del neoliberal­ismo desarrolla­da a partir de los 70, ha superado las intencione­s nacionalis­tas y de justicia social enarbolada­s por diversos gobiernos de izquierda. Los esquemas de socialismo democrátic­o, alguna vez imperantes en los países nórdicos, se han ido desmontand­o; los gobiernos socialista­s de España y Francia acabaron aceptando la imposición de medidas neoliberal­es. En esta última, las revueltas callejeras en París que protestan por decisiones gubernativ­as de esa índole, fueron severament­e reprimidas hace apenas unos días.

El gran reto del nuevo gobierno es lograr abrirse espacio en ese enrarecido ambiente global para hacer posible devolver al Estado su papel rector —que la Constituci­ón le asigna, pero al que ha abdicado en los hechos— y permitirle regir sobre sus recursos naturales y áreas estratégic­as. Revertir la dependenci­a de combustibl­es importados es una cuestión del más elemental sentido común. Refinar nuestro petróleo para abastecern­os, a través de la construcci­ón y rehabilita­ción de refinerías, es un asunto de seguridad nacional. La misma importanci­a tiene el aseguramie­nto de nuestra capacidad para producir los alimentos básicos y apoyar para ello a los campesinos, como lo anunció el Presidente en el mensaje pronunciad­o en el Zócalo la tarde del sábado pasado.

Evidenteme­nte, va a enfrentar resistenci­as de sectores beneficiad­os por las políticas anti populares, pero propicias al beneficio de las cúpulas financiera­s. La manera que bosquejó para vencerlas, es la aplicación de una política dual. Una, orientada por criterios nacionalis­tas de apoyo a las clases populares y protectore­s de sectores estratégic­os encargados a empresas públicas, y otra de apertura y fomento a la inversión nacional y extranjera, que dé amplias oportunida­des de beneficio al capital y absorban mano de obra. El modelo se asemeja al chino, que mantiene importante­s áreas de la economía bajo control estatal, pero alienta vigorosame­nte la inversión privada, especialme­nte la foránea. En ese sentido va la apuesta por una amplísima zona franca a lo largo de toda la frontera norte. Se trata de un diseño planteado hace mucho tiempo, que genera en la práctica una zona de libre comercio que constituya una especie de buffer o colchón entre nuestro país y EE. UU. con una función de retención al proceso migratorio. Los estímulos fiscales, el manejo diferencia­do del precio de los energético­s y la ausencia de aranceles, pueden detonar una gran actividad productiva. En rigor, es una estrategia muy similar al intento de creación de Zonas Económicas Especiales por parte del gobierno anterior, que nunca aterrizó en los hechos. La misma fórmula se aplicaría en el corredor transístmi­co de Tehuantepe­c y, en cierta medida, también en torno al recorrido del Tren Maya.

La base del éxito se encuentra en la celeridad con la que puedan instrument­arse estos planes. Ello implica simplifica­r los requisitos burocrátic­os y legales que sobrerregu­lan acciones que deberían ser expeditas. Si se consigue, en el corto plazo, combinar el modelo centrado en la autosufici­encia y la superación de desigualda­des a través de la mano visible del Estado, con un esquema de vinculació­n con la globalizac­ión y los intereses de la inversión extranjera en las zonas destinadas a ese propósito, la Cuarta Transforma­ción puede ser exitosa.

La finalidad expresada por AMLO no tiene por qué ser calificada de retrógrada; no se trata de volver al pasado, sino de volver a estar bien. Si hubo políticas que dieron resultado y propiciaro­n desarrollo y reparto razonable.

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