Desde la semilla
La convivencia con una persona puede parecer lo más sensato y simple del mundo. Cuando comenzamos una relación nuestros corazones vibran llenos de amor, existe novedad entre la pareja y el conectar con esta increíble energía que llega a nuestra vida hace que todo parezca eterno; si no pregúntenle a los recién casados. Cada paso es orgánico, cada nota complementa a la siguiente y las dos almas se han unido para empezar a tejer el mismo camino. La comunicación fluye, los planes no caben en el tiempo y nuestros ojos brillan más que el poder de una vela encendida en un cuarto oscuro.
P ero después de los años, los días, las horas, las etapas de caos que no podemos olvidar y nuestras heridas profundas que van de la mano con nuestra mente que nos recuerda diario lo que no somos y todo lo que el mundo no nos ha brindado; después de todo este tiempo y dolor ilusorio, olvido mi conexión con mi misma, y por ende, con todo lo que me rodea. Vivo en el pasado y mi salida es recrear cada momento de dolor y frustración cuando necesito buscar una justificación ante el reto que se me presenta. En vez de lidiar con la persona, voy al estante de mi mente y saco los trapos sucios para probar mi punto.
La frecuencia entre nosotras y el mundo parece disiparse y nos volvemos frías, agrias, amargas, y lo que nos sabía dulce se vuelve empalagoso. Lo que nos causaba sonrisas de repente nos aburre y aquellos detalles tan únicos de la persona se convierte en una molestia. A través de nuestros ojos, todo ha mermado y donde había inspiración, hay estancamiento.