LITERATURA Y FILOSOFÍA
Los textos tienen un solo sentido. El hilo conductor que los guía es su quid, el qué, su asunto principal, la savia de su cuerpo. Dependen, en este sentido, de su propio objetivo. Objetivo que los arrastra por la página, casi en un sentido fatal. Esto hace que el tema se desen|vuelva| en retorno nietzscheano, en circunloquio vital —como tal vez diría Bergson— en fuga en gris si habláramos de artes plásticas.
En fin, no hay rompimientos vertebrales significativos en su estructura. Todo parece estar en orden; sin embargo, hay textos que se fragmentan y, en ese sentido, explotan su propia voz en pequeños claroscuros que descubren intenciones no siempre gratas a los ojos del lector. Estos son los que suelen habitar los faunos, sobre todo cuando hay ninfas de por medio. | ser fauno implica que hay ninfas para perseguir |.
En los bosques de las letras existen muchos seres imaginarios, entre ellos sobresalen los faunos y las ninfas. Sus cuerpos son de tinta especial. Tienen el poder de hacer que la realidad se vuelve materia de largo aliento | soplo-soplo / vida-vida |. Hace que los enunciados adquieran rostros diversos. Ora de luz incandescente; ora de luz imaginaria. Y en todos estos casos la oscuridad está siempre al acecho.
Así, por cada intención no prevista por el autor, una multitud incontable de esquivos (inclusive equívocos) surge como sombra del texto. De su no-serunidireccional nacen —después de todo— fragmentos y resquebraduras conceptuales, llenas de vacío, y vacíos llenos de interpretaciones. El ser se vuelve retrospección ontológica La realidad deja de ser definición absoluta o inamovible. Ser es ser-siendo.
Entonces cada letra, cada universo simbólico (que crea con su poder: silencio-de-voz-que-es-silencio-de-voz) se torna en raíces subterráneas y aéreas: las primeras de papel en tinta, es decir, de ideas con cuerpo apariencial; las segundas, de tinta en los ojos: moldes para soñar grafías en faunos y faunos que nunca dejaron de ser grafías. No se olvide que las raíces, aunque son diferentes, en todas ellas aparecen esquirlas llenas de las mismas emociones. Esto muestra cuán grande es el impacto de los faunos y las ninfas en el papel escrito.
A los primeros (faunos) se les reconoce por su lascivia, la cual no es del todo clara, sobre todo cuando se trata de textos abiertos, donde las letras pueden correr por toda la extensión de la página, incluso husmear en hojas sin domeñar. Esto trae como consecuencia que los lectores-faunos no se conformen con la unidireccionalidad del texto. Sus ansias de libertad los hace llenarse de valor (o curiosidad), buscando cosas que quizá no existan, pero que son importantes: son motivo para moverse libremente en el texto, en forma aleatoria.
Las ninfas, por su parte, son seres aparentemente indefensos; sin embargo, esto es tan sólo apariencia, ya que con sus encantos hacen que los faunos salgan detrás de ellas. Entonces la realidad se vuelve carrera, persecución, ansias por alcanzar un rostro y un cuerpo de tentación | mirar el texto es tocar para seguir corriendo|.
Frenesí es el término que podría definir con mayor exactitud la persecución que los faunos hacen a las ninfas del texto. El bosque, es decir el papel, es un cúmulo de sensaciones e interpretaciones que hacen florecer al campo de tinta. El lector corre detrás de sus intuiciones, mientras que éstas no cesan de buscar en los ojos del fauno —ay— la necesidad de seguir persiguiendo. Después de todo, las circunstancias han hecho que el bosque sea papel y éste —a su vez— tinta para la introspección lectora.
Así, mientras la vida sucede en el papel, el lector recorre el cuerpo sinuoso de la ninfa. Sabe que en cualquier momento la puede alcanzar; por eso retrasa lo más que puede la interpretación absoluta: no es que no quiera saber de su desnudez, sino que sabe que es precisamente esa desnudez que ignora la que lo convoca a ir detrás de ella. La imaginación es más fuerte que la apariencia.
El papel es, en este sentido, juego y jugador al mismo tiempo. Las reglas desaparecen al contacto de la realidad escriturística y lectora. No hay posibilidad de escapar de la sentencia que hacen las Moiras del texto. En cualquier momento Átropos puede cortar el hilo de la vida del lector. Su hermana Cloto no ha cesado de hilar la hebra de su vida (del lector). y aunque eso lo hizo seguir una sola línea, la realidad es que siempre estuvo siendo tentado por diversos senderos del texto, aquellos en los que podía despertar del sueño de la realidad. De todo esto se daba cuenta Láquesis, la otra hermana, que nunca dejó de medir las reflexiones del lector. En suma: la fatalidad está a la vista. El bosque de los faunos y las ninfas puede ser bosque o tumba para el lector.
Si el ser-lector se salva de estas circunstancias, entonces se puede afirmar que los pormenores del texto no son sino motivaciones para aprender a observar los lados del texto. No es suficiente leer (avanzar) en uno sólo camino, tratando de comprender el significado o sentido literal de la suma de párrafos. Cada texto abre espacios de voz y viento desde los cuales el lector es punta de flecha para salir disparado una y otra vez ('n' número de veces), o para quedar atrapado en el primer blanco en el que dio (victoria atrapada en sus propias raíces). De él depende que el texto no sea sólo texto, es decir, que no se reduzca a un “dice algo”, sino, más bien, a un “provoca a alguien”. Así cada vez que alguien lee un texto puede observar cómo los faunos de sus ojos persiguen el cuerpo exquisito de las letras, tan sólo para seguir corriendo detrás de las apariencias. Parafraseando a Ortega y Gasset: Yo soy yo y [las apariencias que me rodean], y si no las salvo a ellas, no me salvo yo.
EN LOS BOSQUES de las letras existen muchos seres imaginarios, entre ellos sobresalen los faunos y las ninfas. Sus cuerpos son de tinta especial. Tienen el poder de hacer que la realidad se vuelve materia de largo aliento | soplo-soplo / vidavida |. Hace que los enunciados adquieran rostros diversos.