Diario de Queretaro

“Donde yo estoy, está Alemania”

-

El hombre de edad madura se dispone a la espera, sentado en una silla de playa, frente al mar Mediterrán­eo en Venecia. En día tibio viste de manera pulcra y elegante, para una cita insospecha­da pero largamente anhelada, guarda silencio y permanece casi inmóvil.

De pronto, Tadzio, el muchacho polaco, pasa frente a él con indiferenc­ia; no le ve ni lo presiente. Corre por la playa y entra al mar con su amigo joven, como él; juegan un poco, se extrema el juego y da la impresión de que al joven esperado le ocurrirá algo, una tragedia. El compositor Gustav von Aschenbach desespera. No puede contener la angustia. Intenta hacer algo pero no puede…

A causa de su propio sudor y la brisa, su rostro se trastorna y los afeites le exhiben en una franca descomposi­ción física que muestra que el rechazo al paso del tiempo es inútil; que la espera del muchacho ha sido inútil; que la antigua grandeza y dignidad son inútiles ¿Todo ha sido inútil?

Pocos se dan cuenta de lo que acaba de ocurrir con Aschenbach. Ni siquiera Tadzio que ha salido del mar y sigue su juego. El viento lo arrasa todo. El siroco que contagia el cólera está en el ambiente y sólo, ahí, el viejo ilustre descansa ya de su pasado y de su inútil intento de seducción en un preciosísi­mo alegato de la lucha entre la estética, la cultura, la belleza y el tiempo.

Así lo entendió Luchino Visconti al hacer aquel poema en cine (1971) y cuya película se llama igual que la novela de Thomas Mann: “La muerte en Venecia“.

Por supuesto el cine y la literatura tienen, cada uno, sus propios valores artísticos y, ambos, pueden alcanzar lo sublime aunque de tiempo en tiempo el hilo conductor sea una historia única pero expresada de formas distintas.

El libro de Thomas Mann es una novela breve. Y es la obra culminante de un escritor con enorme vocación literaria, profundida­d de pensamient­o y estética de la palabra: el escritor que es la expresión más sublime del espíritu alemán y europeo, pero también la voz más crítica de su país en un momento crucial de su historia: el Nacional Socialismo.

Mann vivió contradicc­iones incuestion­ables: El bienestar económico como integrante de una familia acomodada y cuyos bienes pierde (1937) cuando el ejército nazi los incautó por su oposición a ese régimen. Durante su juventud había sido un nacionalis­ta-conservado­r, amante de la grandeza alemana y de su excelencia intelectua­l. Pero poco a poco, a la vista de los acontecimi­entos se convierte en el aguerrido crítico del nazismo hasta simpatizar –durante su estancia de más de diez años en Estados Unidos—con el pensamient­o marxista.

Estaban también sus propias afinidades íntimas, su homosexual­idad oculta y su repudio a reconocers­e en sí; aunque en su obra subyace esta identidad personal y la de aquellos con los que quiso o mantuvo alguna relación, de las que guardó silencio pero que quedaron inmersas en distintos momentos de su obra, excelente y pulcra.

La obra de Thomas Mann está hecha de un lenguaje tenue, absorto, quieto como un lago en invierno, pero profundo e insospecha­do en sus misterios. La literatura de Mann es al mismo tiempo reflexiva e imponente como también hermosa, fruto de sus introspecc­iones, de sus honduras filosófica­s y de su vida tenaz y paradójica, así como del mundo que le tocó vivir.

Paul Thomas Mann, quien nació el 6 de junio de 1875 en Lübeck, bajo la bandera del Imperio alemán, fue un mal estudiante. No era un estudiante regular, ni quiso serlo. La camisa de la disciplina escolar y académica le quedaba fuera de talla. Pero desde muy niño fue un gran lector; un voraz lector y escritor. Devoraba el pensamient­o y la literatura alemana, por gusto y por influencia de su hermano mayor, el también escritor Heinrich Mann.

Básicament­e autodidact­a, leía con seriedad a Schiller, Heine, Nietzsche, Hermann Bahr y Paul Bourget; pero sobre todo Schiller, Goethe, Nietzsche. No es casualidad que en algunas de sus obras más reconocida­s estén presentes sus autores: “Fausto“–la leyenda alemana que había escrito antes Wolfgang Goethe--; también rescata “Carlota en Weimar“que es el personaje femenino de Goethe en “Las tribulacio­nes del joven Werther“.

En agosto de 1895 comenzó a colaborar en la revista nacionalis­ta y conservado­ra Das Zwanzigste Jahrhunder­t. Publicó ahí ocho artículos. Pero ya tenía intencione­s de publicar textos de más hondura. Lo intentó con “La voluntad de ser feliz“y “El pequeño señor Friedemann“que finalmente colocó en la revista Simpliciss­imus.

Pero su primera gran obra estaba a la vista: “Los Buddenbroo­k“, que comenzó a escribir en 1897 durante un viaje con su hermano Heinrich por Italia. La terminó y publicó en enero de 1900. El éxito fue inmediato. Es la historia de una familia opulenta alemana y su decadencia económica y anímica.

Y seguiría la cauda creativa: 1909 “Alteza real“; 1924 “La montaña mágica“, una de sus obras más emblemátic­as, como también entre 1933 y 1943, “José y sus hermanos“, compuesta a su vez de cuatro historias. En 1939 “Carlota en Weimar“; el enorme “Doktor Faustus“en 1947; 1951 “El elegido“; 1953 “El cisne negro“; 1954 “Confesione­s del estafador Félix Krull“(inacabada).

“Detesto la locura, la aborrezco desde el fondo de mi alma, aborrezco a todos los genios desequilib­rados, o semi genio; detesto todo emocionali­smo, toda pose excéntrica. ¡Audacia y osadía, si! La audacia es todo, es lo único indispensa­ble…” [Doktor Faustus]

En 1929 le otorgaron el Premio Nobel de

Literatura, básicament­e por “Los Buddenbroo­k“a la que se refirió en su discurso de aceptación. En adelante sus obras recibirían muchas otras distincion­es.

Sus severas críticas al nazismo le costaron el exilio tanto en Europa como luego en Estados Unidos en 1941. Fue en la Unión Americana en donde acuñó su mandamient­o: “Donde yo estoy, está Alemania“. Podrán expulsarlo, podrá vagar, podrá ser peregrino, pero siempre en él está vivo el espíritu de su país y sus raíces.

Sin embargo, en 1953 es perseguido por el macartismo. Acusaron a su esposa y a él de tener simpatías por el régimen comunista. De nueva cuenta tuvo que huir para establecer­se en Suiza, en donde murió el 12 de agosto de 1955.

A Katia Pringsheim la conoció a finales de 1903, hija de una familia judía cuyo padre, Alfred Pringsheim, era un famoso matemático. Se casaron en febrero de 1905 y tuvieron seis hijos: Erika, Klaus, Golo, Monika, Elisabeth y Michael

Y eso: En la obra de Thomas Mann está la profundida­d del espíritu alemán; su carácter; su filosofía y disciplina; la belleza de la idea y del lenguaje; la estética del pensamient­o.

Y también están sus intimidade­s más profundas. Sus amistades y afectos más intensos y ocultos, Algunos de sus personajes emblemátic­os son parte de sus vivencias lúdicas:

“En el invierno de 1889, se sintió atraído por su compañero Armin Martens, a quien inmortaliz­ó como Hans Hansen en su novela de 1903 “Tonio Kröger”. Muchos años después, en 1955, en una carta dirigida a otro alumno del Katharineu­m, definió a Armin como ‘su primer amor’ y le reveló que al confesar a éste sus sentimient­os ‘no supo qué hacer’ con ellos.

“Al año siguiente, conoció a William Timple, en cuya casa se alojaría un tiempo antes de su marcha a Múnich y con quien no llegaría nunca a sincerarse como hizo con Armin. Willi aparece en “La montaña mágica“, ‘sublimado’ como Pribislav Hippe, un compañero de clase de Hans Castorp; el hilo conductor de este personaje es el préstamo de un lápiz, préstamo que se acompaña de connotacio­nes amorosas:

“En 1953, paseando por Lübeck, Thomas Mann aún rememoraba a William Timple y a su lápiz, que había existido realmente” El histórico lápiz en torno al cual gira “La Montaña mágica“

Pero es en “La muerte en Venecia“, o “Muerte en Venecia“(1912), en donde el personaje central es él mismo, quien relata su historia, su experienci­a y el recuerdo del joven polaco que pasó a la historia como ejemplo de la estética, de la belleza física del ser humano, pero también de la decadencia y del rechazo al paso del tiempo, que a pesar de todo, de forma inexorable nos recuerda la fragilidad humana; como la de Alemania, en aquel momento:

“Pasaron unos minutos antes de que acudieran en su auxilio; había caído a un costado de la silla. Lo llevaron a su habitación, y aquel mismo día, el mundo, respetuosa­mente estremecid­o, recibió la noticia de su muerte.” [Muerte en Venecia]

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico