Escuela rural es un reto Docente aplica estrategia para que menores aprendan a resolver conflictos mediante el diálogo
Vania se levanta al despuntar el día. Son las 5:30. A veces quisiera dormir cinco minutos más, pero debe prepararse para viajar de Xalapa hacia La Balsa, una pequeña y tranquila comunidad perteneciente a Emiliano Zapata, donde la esperan “sus niños”.
Su escuela es una primaria rural multigrado de apenas dos aulas, pero con un amplio patio que —aunque sirve para que los lunes marche la escolta— lo mismo es una pista de carreras de veloces jinetes de caballos imaginarios que escenario de luchas entre gladiadores o una sala de té donde los “topers” se convierten en vajillas relucientes mientras se habla de incipientes dramas amorosos.
Vania Colorado Nájera lleva diez años en la docencia y ama la escuela rural; apenas cruzar el simbólico portón, mira con ternura y agrado a sus niños: “Siempre he buscado dar clases en escuelas rurales, porque siento que es aquí donde hay muchas cosas qué hacer y dónde hay mucha libertad de buscar nuevas formas de enseñar.
“Cuando llego al salón y veo a los niños que entran a las ocho de la mañana y voy a comenzar la clase, es cuando sé que simplemente me gusta”, señala con una sonrisa.
La Escuela Primaria Rural “Francisco J. Moreno” es la oportunidad para poco más de 30 menores de aprender y aspirar a seguir estudiando, de abrirse paso y sobreponerse a las dificultades propias de su entorno.
Señaló que aunque la pobreza, falta de acceso a la ciudad y nivel de estudios de los padres es importante para que se envíe a un niño a estudiar, también la escuela tiene un papel en esta decisión: “La escuela tiene que ser capaz de reflejar su importancia, los papás piensan: ‘para qué invertir tantos años en la escuela si terminará haciendo lo que nosotros’; pero no es culpa de los papás, también somos nosotros, qué estamos haciendo que en la vida rural no se crea en la escuela”.
Agregó que “eso es también una crítica a la escuela y que hay que atender, y un replanteamiento del papel del docente: no puedes hacer lo mismo sin ver dónde estás; además porque a veces sin saberlo nuestro papel como maestros repercute en el contexto en el que estamos”.
Vania se emociona mientras habla, mueve las manos y enfatiza las palabras clave: niños, compromiso, escuela, maestro, futuro… Nos cuenta que esa pasión la heredó de su padre, también docente, ahora ya jubilado, y que desde joven supo que enseñar a pequeños era su vocación.
“La escuela rural es una modalidad muy bonita, requiere una serie de habilidades mayores a las necesarias en una unigrado; aquí vives de frente a la diversidad porque tienes, en mi caso, niños de 9 a 13 años en un espacio, con intereses diversos, con necesidades muy particulares; quererlos homogenizar es imposible, experimentas mucho con la libertad; aquí se enarbola la bandera de que todos somos diferentes, pero todos tenemos el mismo fin que es aprender”. APRENDER A SER CIUDADANOS
Antes de llegar a La Balsa, Vania emprendió una estrategia en su escuela anterior, ubicada en Las Vigas: “La situación ahí era peculiar porque había mucha violencia en el ambiente, sobre todo de género, y eso les impedía a los niños tener una relación sana con sus compañeros; eran niños que por su entorno tuvieron que trabajar desde pequeños, así que aprendieron a sobrevivir y olvidar que eran niños”.
Buscando contrarrestar ese ambiente de violencia, la maestra implementó la estrategia Asamblea Escolar, retomada de la corriente del pedagogo Célestin Freinet, donde los niños a través del consenso y el diálogo dan solución a sus problemas en una plataforma de iguales.
“La estrategia consiste en darles a los niños la libertad y responsabilidad de decidir, enseñarlos a dialogar, escuchar al otro y aprender a tomar consensos entre todos; yo comencé a aplicarla en mi escuela anterior como una estrategia para la resolución de conflictos, pero es una estrategia diversa, puede tener muchos enfoques”, indicó la docente.
“En una asamblea matutina nos poníamos a dialogar cómo nos sentíamos, pero sí de pronto había un conflicto entre dos o tres niños deteníamos la clase, hacíamos asamblea y a partir de cuestionamientos se llevaba a los niños a la reflexión de qué era lo que había pasado; descubrí que en las prácticas docentes no se les da a ellos las herramientas para resolver conflictos sin que un adulto sea el intermediario, entonces fue empezar a ver que el conflicto ayudaba a entender quién era el otro”.
En un terreno de iguales, entre todos los integrantes se reflexionaba sobre el conflicto y se conocía cómo todas las partes veían un mismo hecho: “Era impresionante ver el rostro de los niños y escucharlos decir ‘yo no lo había visto así’, porque no se da uno el tiempo para pensar cómo el otro ve los hechos, y más en un ambiente donde había mucha hostilidad; poco a poco se pudo percibir una mejoría en las relaciones”. En La Balsa, el contexto es diferente.
Se trata de darles las habilidades sociales que les enseñen a ser ciudadanos, hay muchos retos en la construcción de la ciudadanía: escuchar al otro, crear empatía, resolver conflictos de manera pacífica, potenciar a cada uno en lo que es bueno”.
Hay que preguntarse qué estamos haciendo que en la vida rural no se crea en la escuela”.
APRENDER A APRENDER
Los pequeños salen discretamente del salón y espían con disimulo a su maestra mientras es entrevistada. Aquí también trabajan en Asamblea, pero para decidir acerca de acciones que quieren llevar a cabo para mejorar su aula. “Se trata de darles las habilidades sociales que les enseñen a ser ciudadanos, hay muchos retos en la construcción de la ciudadanía: ”. Lo principal para ser maestro, agrega, no es sólo que te guste enseñar, es también que te guste aprender.