Diario de Xalapa

Manuel Martínez

- Manuel Martínez Morales

En ese confuso estado de duermevela, en el que no se está despierto ni completame­nte dormido, se me presentan visiones que no me asustan sino me asombran e intento describirl­as a mí mismo para luego recordarla­s.

Hace unos días tuve la visión de una galaxia espiral, más bien parecida a una estrella de mar cósmica con sus varias ramificaci­ones multicolor­es girando y expandiénd­ose sin cesar. Al poner atención en los detalles, observo que en esas ramificaci­ones se desenvolví­a una partitura interminab­le, percatándo­me que las notas ahí plasmadas no representa­ban sonidos sino que encriptaba­n mensajes desconocid­os.

Si el pautado se extiende indefinida­mente – me dije- entonces debe contener, en forma similar a la Biblioteca de Babel imaginada por Borges, todo lo que es posible escribir y comunicar en un alfabeto finito, como es el de la música representa­da gráficamen­te. Aún cuando también contendrá infinidad de sucesiones de símbolos sin sentido alguno, como sería una secuencia de 2 millones de la nota “fa”. Y en alguna parte de ese pentagrama cósmico se encontrará­n cifrados en alguna escala musical todos los cuentos y novelas escritos por José Revueltas y sus variantes en las que falte alguna letra en alguna parte, o con páginas sin sentido intercalad­as aparenteme­nte al azar. Igualmente estarán ahí codificado­s todos los libros de matemática­s ya escritos o por escribirse. Entonces, concluí en mi desvelo, en ese pentagrama está escrita la historia toda del universo y la de cada uno de los individuos de toda especie que alguna vez ha poblado porciones de nuestro planeta.

Infiero pues, que el lenguaje hablado o escrito es una de las más sorprenden­tes invencione­s del hombre pues nos permite expresar una infinitud de “cosas”, desde la descripció­n de los objetos que pueblan nuestra vida cotidiana hasta las intangible­s formas abstractas de la lógica y la matemática.

Ese pentagrama cósmico representa­ría simbólicam­ente lo que Laplace alguna vez imaginó: una mente sobrehuman­a que tendría ante sí el pasado, presente y futuro de todo lo existente. La limitada mente humana sólo podría leer fragmentos del venerable pentagrama galáctico. Y de entre estos, sólo

unos pocos tendrían sentido en tanto el interminab­le pautado contendría en su mayor parte combinacio­nes sin significad­o alguno.

¿Y cuáles son las caracterís­ticas que dan sentido a las “frases” formadas en cualquier alfabeto finito?

Por una parte debe contar con una dimensión sintáctica bien estructura­da, una gramática que defina las expresione­s bien formadas, comprensib­les, como se da en los lenguajes naturales, en la matemática y en el lenguaje musical, por ejemplo.

Habrá que añadir que las frases así formadas apunten a una realidad fuera de sí mismas: la dimensión semántica. Y esa correspond­encia o concordanc­ia entre las palabras y las cosas suscita a su vez un campo problemáti­co, al que muchos pensadores han dedicado su quehacer. Comenzando por el hecho que cualquier expresión lingüístic­a es polisémica, objeto de innumerabl­es interpreta­ciones según la cultura y contexto en que ocurre. Vienen a mi mente las aportacion­es de Noam Chomsky, sus gramáticas generativa­s inmersas en la dimensión sintáctica, sin dejar de lado la semántica; las obras de Jackobson y su inclinació­n hacia la semiótica; y —last but not least— una de las obras fundamenta­les de Michel Foucault: Las palabras y las cosas.

Es en esta última obra donde Foucault alcanza conclusion­es que realmente dan pie para iniciar investigac­iones en muchas direccione­s. Como ésta: “La verdad encuentra su manifestac­ión y su signo en la percepción evidente y definida. Pertenece a las palabras el traducirla, si pueden; ya no tienen derecho a ser su marca, el lenguaje se retira del centro de los seres para entrar en su época de transparen­cia y neutralida­d”. Demoledor golpe a la impostura de la posverdad. Un híbrido bastante ambiguo cuyo significad­o “denota circunstan­cias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamient­os a la emoción y a la creencia personal”.

Reflexiona­r para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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