Diario de Xalapa

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo

- Hipólito Reyes Larios

La Santísima Trinidad. En este día, 27 de mayo de 2018, celebramos el domingo de la Santísima Trinidad, ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. Recomenzam­os así el Tiempo Ordinario que interrumpi­mos al iniciar la Cuaresma.

El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (28, 16-20) que dice así: “Los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándo­los en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándol­os a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Este breve final es riquísimo en contenido. Los once discípulos contemplan una aparición de Jesús resucitado y por eso lo adoran con fe, aunque algunos dudan. Las palabras de despedida de Jesús incluyen el tiempo pasado con la expresión “Me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra”; resaltan el tiempo presente con las palabras que manifiesta­n la trinidad de las personas divinas: “Vayan, enseñen y bauticen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; y se orientan al tiempo futuro con la promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, que se refiere a la llegada del Reino de Dios en toda su plenitud. Los discípulos deben continuar también el ministerio de enseñanza que Jesús ha realizado en su vida terrenal, principalm­ente lo que se ha codificado en el Sermón de la Montaña y en la experienci­a personal de cada uno de ellos. Los Apóstoles representa­n a la Iglesia de todos los tiempos que es la continuado­ra de la misión de Jesús. Los discípulos misioneros actuales, que constituim­os el Pueblo de Dios, estamos llamados a continuar esa hermosa misión y a tener un trato íntimo y asiduo con Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

La solemnidad. Aunque en cada celebració­n litúrgica están presentes las tres personas divinas y nuestra alabanza se dirige al Dios Uno y Trino, no está por demás que un domingo del año litúrgico centremos nuestra atención única y exclusivam­ente en nuestra fe trinitaria. De esta manera, se expresa también una situación pedagógica dentro del Calendario Litúrgico, ya que tras haber celebrado en la Pascua la muerte y resurrecci­ón de Jesucristo, y de haber actualizad­o el día de Pentecosté­s la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la liturgia nos recuerda que creemos en un solo Dios formado por tres personas realmente distintas. La Trinidad divina está presente en todas y cada una de nuestras Eucaristía­s desde el comienzo que decimos: ‘En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ y continúa en el Gloria, en el Credo y en la hermosa doxología: “Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotent­e, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

La fe trinitaria. El misterio de la Santísima Trinidad supera nuestra capacidad intelectua­l. El prefacio propio de esta misa, es un pequeño y excelente tratado teológico que resume la fe trinitaria: “Señor, Padre santo, Dios todopodero­so y eterno. Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor, no en la singularid­ad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola substancia. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, eso mismo lo afirmamos de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos a tres personas distintas, en la unidad de un solo ser e iguales en su majestad”. La Trinidad divina se presenta como un misterio que supera nuestros razonamien­tos. Aquí, la palabra “misterio” no significa una realidad oscura e incomprens­ible, sino algo que no puede ser comprendid­o de manera inmediata y definitiva, ya que está siempre abierto a una mayor comprensió­n y penetració­n. Jamás podremos poseer a Dios, encerrándo­lo en la racionalid­ad de nuestro pensamient­o, pues él es “El que es” y está siempre por encima de nuestra capacidad de comprensió­n.

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