Teilhard de Chardin
El problema del porvenir de la humanidad ocupa un lugar muy importante en la obra de Teilhard de Chardin.
Adiferencia del interés del historiador, del economista, del filósofo o del antropólogo, al padre Chardin no le interesa una visión restringida y contemplativa del mundo, le preocupa el mundo mismo, la comprensión de aquellos lazos que unen los fenómenos más recónditos de la naturaleza formando un todo coherente e inteligible. Su fin último “estriba en aprender la estructura del universo y la vida en sus dimensiones históricas” (N. M. Wildiers). Ahora bien, para poder hablar con alguna autoridad sobre el porvenir se precisa de un sólido conocimiento del pasado. El conocimiento de lo que fue es forzoso para entender el presente y lo que está por venir. Así, las leyes naturales, descubiertas tiempo atrás por las ciencias, siguen siendo aplicables actualmente y no hay por qué pensar que no lo serán mañana. Tal certeza no es demostrable mediante la experiencia, por eso se requiere fe en la inmutabilidad de estas leyes que rigen el universo. Por una parte, es cierto, nadie nos asegura que el sol saldrá mañana, pero por otra, quién duda realmente de que saldrá. La fe es patente en el hombre. Claro que Teilhard de Chardin no habla de una absoluta anticipación de la evolución humana, pues los acontecimientos biológicos trascienden el cálculo matemático, pero tampoco niega la posibilidad de una ciencia del porvenir. Esta ciencia, si bien no se ha formado del todo, está a medio camino entre una ciencia rígida —como la astronomía o la física— y una mera conjetura. Tal como la presenta el padre Chardin, se trata de una ciencia que aspira al dominio de la naturaleza y de sus potencias con miras a la configuración del futuro. En sus propias palabras, se trata de “la verdadera llamada del cosmos al hombre, una invitación a participar en el gran trabajo que se lleva a cabo en él”. Esta llamada revela una visión a quienes la atienden: “Todas las cosas se entretejen y cobran sentido”. De este modo nada ni nadie puede impedirles por ningún medio que conserven y proclamen tal visión. Lo anterior implica que el hombre sea consciente de su gran responsabilidad y de lo imprescindible que es su plena cooperación en la construcción del mundo futuro. A esta convicción de que la humanidad tiene un porvenir, el cual no está formado sólo por años, sino por grados de vida cada vez más elevados que hay que ir conquistando, Teilhard de Chardin la llama “fe en el hombre”. En efecto, el porvenir de la humanidad no se reduce a sub-sistencia, se trata de super-vivencia. La supervivencia no es algo del todo nuevo, en la mitología y el folclor de todo pueblo hay símbolos y fábulas en que se ostenta la voluntad del hombre, hondamente enraizada en la tierra, de abrirse camino a los cielos. Luego, la ambición del hombre por ir más allá, por super-vivir, es incluso más remota que las civilizaciones. Esta ambición, dice el padre Chardin, es “el resorte mismo de la historia de la que nosotros emergemos”. Con la salvedad de que ahora atravesamos un momento de despertar y transformación en el que no es posible progresar sino solidariamente. La solidaridad humana es fundamental para superar la crisis espiritual por la que atravesamos hoy, pero no basta. En una época donde lo material es la causa aparente de los adelantos de la vida, es necesaria la adoración de otro que está por encima de todo: Dios. Nacido en el castillo de Sarcenat, el primero de mayo de 1881, en Orcines (Francia), Pierre Teilhard de Chardin estuvo consagrado al estudio de la filosofía, la paleontología y la teología. Uno de los temas que más le apasionó fue el de la evolución y su relación con la fe y son sus teorías a ese respecto las que más se han criticado. Pero más allá de las dificultades que halló para concretar dicha correspondencia, este jesuita “preocupado por honrar tanto a la fe como a la razón” es recordado más bien —escribe el cardenal Agostino Casaroli— por haber sido “un hombre poseído por Cristo en lo más profundo de su alma”. En 1947, ocho años antes de su muerte, en un breve ensayo titulado La fe en el hombre, el padre Chardin escribe: “Busquemos bien y veremos que nuestra fe en Dios, por despegada que sea, sublima en nosotros un flujo ascendente de aspiraciones humanas, y que en esta savia original hemos de sumergirnos si queremos comunicarnos con los hermanos que anhelamos reunir”.