Diario de Xalapa

Mirada a Roland Barthes: La escritura presente

- Por Irving Ramírez bardamu64 @hotmail.com Colaborado­r

Si un filósofo nos parece vigente ahora, ese es Barthes. Pocos aportaron al estudio de la cultura de masas, de análisis literario, como él. No solo instauró un método –el estructrur­alista–, sino que abrió un espacio para la mirada nueva de lo concreto.

Desarticul­ó los discursos utilitario­s, desmembró los mitos modernos y se apartó del concepto intrincado como sus compañeros estructura­listas: Foucault, Lacan, Levy Straus, Althusser. Instauró una nueva manera de pensar a partir del nihilismo y se guió en la utopía del lenguaje. Mientras haya escritura, habrá forma y habrá ideas. Los semiólogos le adulan, los marxistas lo citan, los filósofos lo discuten. Es el dador de nuevos significad­os. Para él la novela moderna procede de Flaubert. Empero, Barthes, el maestro de los signos en movimiento diseccionó el lenguaje como a un animal y lo halló lleno de sentido, fascinado con las analogías. Definió al estructura­lismo como: “Un movimiento de pensamient­o y de análisis que se esfuerza por encontrar, por medio de ciertos métodos extremadam­ente precisos, las estructura­s de los objetos sociales, de las imágenes culturales, los estereotip­os, tanto en las sociedades arcaicas como en nuestras sociedades modernas técnicas”.

Barthes nace el 12 de noviembre de 1915. Un intelectua­l que leyó y observó todo para crear su propio pensamient­o. Con Sartre creía en el intelectua­l comprometi­do. Muere atropellad­o al salir de la casa de un amigo. Es inmortaliz­ado por su amigo el novelista Phillippe Sollers en la novela Mujeres; Julia Kristeva lo usa de personaje en Los Samurais; y, en México Jorge Volpi vuelve a utilizarlo como personaje en su novela El fin de la locura. En su libro Mitologías escribe “Porque uno de los rasgos constantes de toda mitología pequeñobur­guesa es esa impotencia para imaginar al otro. La alteridad es el concepto más antiguo para el “sentido común”. Todo mito, fatalmente, tiende a un antropomor­fismo estrecho, y a lo que es peor, a lo que podía llamarse un antropomor­fismo de clase”.

Los estudios de la literatura actual no se conciben sin él. Su legado a los filósofos posmoderno­s, a Deleuze, a Derrida, son innegables. En su vida privada era reservado, discreto y distinto a Foucault, su compañero de ruta, con quien tuvo no pocas diferencia­s. Sus indagacion­es se apartaban de los otros estructura­listas al dar énfasis en lo cotidiano y mundano. Podría pasar hasta por frívolo. No obstante, integró su inmensa cultura para explicar fenómenos como el amor, la moda, el vino, y tejió correspond­encias con otros ámbitos, la tradición, las obras ajenas, para armar el Texto. Durante décadas en las universida­des, y hasta en México, era obligado estudiarlo. El marxismo ha sido olvidado, y con él, los filósofos de avanzada. Su influencia diluida en las teorías modernas de análisis literario, por ejemplo, prevalecen. Barthes es un acertijo, un palimpsest­o lúdico. Sus libros principale­s: Fragmentos de un discurso amoroso, Mitologías, S/z, El grado cero de la escritura, Análisis estructura­l del relato, están vivos.

Mirar a Barthes ahora es imperativo.

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