Mirada a Roland Barthes: La escritura presente
Si un filósofo nos parece vigente ahora, ese es Barthes. Pocos aportaron al estudio de la cultura de masas, de análisis literario, como él. No solo instauró un método –el estructruralista–, sino que abrió un espacio para la mirada nueva de lo concreto.
Desarticuló los discursos utilitarios, desmembró los mitos modernos y se apartó del concepto intrincado como sus compañeros estructuralistas: Foucault, Lacan, Levy Straus, Althusser. Instauró una nueva manera de pensar a partir del nihilismo y se guió en la utopía del lenguaje. Mientras haya escritura, habrá forma y habrá ideas. Los semiólogos le adulan, los marxistas lo citan, los filósofos lo discuten. Es el dador de nuevos significados. Para él la novela moderna procede de Flaubert. Empero, Barthes, el maestro de los signos en movimiento diseccionó el lenguaje como a un animal y lo halló lleno de sentido, fascinado con las analogías. Definió al estructuralismo como: “Un movimiento de pensamiento y de análisis que se esfuerza por encontrar, por medio de ciertos métodos extremadamente precisos, las estructuras de los objetos sociales, de las imágenes culturales, los estereotipos, tanto en las sociedades arcaicas como en nuestras sociedades modernas técnicas”.
Barthes nace el 12 de noviembre de 1915. Un intelectual que leyó y observó todo para crear su propio pensamiento. Con Sartre creía en el intelectual comprometido. Muere atropellado al salir de la casa de un amigo. Es inmortalizado por su amigo el novelista Phillippe Sollers en la novela Mujeres; Julia Kristeva lo usa de personaje en Los Samurais; y, en México Jorge Volpi vuelve a utilizarlo como personaje en su novela El fin de la locura. En su libro Mitologías escribe “Porque uno de los rasgos constantes de toda mitología pequeñoburguesa es esa impotencia para imaginar al otro. La alteridad es el concepto más antiguo para el “sentido común”. Todo mito, fatalmente, tiende a un antropomorfismo estrecho, y a lo que es peor, a lo que podía llamarse un antropomorfismo de clase”.
Los estudios de la literatura actual no se conciben sin él. Su legado a los filósofos posmodernos, a Deleuze, a Derrida, son innegables. En su vida privada era reservado, discreto y distinto a Foucault, su compañero de ruta, con quien tuvo no pocas diferencias. Sus indagaciones se apartaban de los otros estructuralistas al dar énfasis en lo cotidiano y mundano. Podría pasar hasta por frívolo. No obstante, integró su inmensa cultura para explicar fenómenos como el amor, la moda, el vino, y tejió correspondencias con otros ámbitos, la tradición, las obras ajenas, para armar el Texto. Durante décadas en las universidades, y hasta en México, era obligado estudiarlo. El marxismo ha sido olvidado, y con él, los filósofos de avanzada. Su influencia diluida en las teorías modernas de análisis literario, por ejemplo, prevalecen. Barthes es un acertijo, un palimpsesto lúdico. Sus libros principales: Fragmentos de un discurso amoroso, Mitologías, S/z, El grado cero de la escritura, Análisis estructural del relato, están vivos.
Mirar a Barthes ahora es imperativo.