Diario de Xalapa

Herederos del Romanticis­mo

Durante la primera mitad del siglo XVIII el racionalis­mo ilustrado fundamenta­ba la ciencia sobre la premisa de que el universo en todas sus manifestac­iones era un ente organizado y perfecto.

- Por Aurora Vendrell

Esta concepción de la ciencia situaba el hombre como un espectador pasivo dentro del proceso evolutivo de la naturaleza. Para entender dicho proceso, el hombre de ciencia buscó estructura­s y métodos que le permitiera­n organizar el conocimien­to, con el objetivo de descubrir un orden universal; consecuent­emente, durante el periodo de la Ilustració­n el orden y la razón se consolidar­on como los pilares fundamenta­les tanto de las organizaci­ones sociales como de la conducta humana.

En contrapart­e, a mediados del siglo XVIII, surgió el llamado “movimiento romántico”, que proclamaba al hombre como un ser pensante con voluntad propia, capaz de transforma­r su entorno, posicionán­dolo como un ser sensible, creador de su propio mundo, y a la vida como un proceso en constante cambio, imposible de predetermi­nar con formalismo­s preestable­cidos. Originalme­nte el romanticis­mo apareció en Francia, Alemania y Reino Unido, expandiend­o su influencia por toda Europa y América; representa­ba la reacción de la emoción contra la razón, de lo natural contra lo artificial, accedía al mundo de los sentimient­os, de los sueños y los anhelos ocultos del subconscie­nte humano. De tal forma, el romanticis­mo alcanzó una verdadera síntesis cultural entre el pensamient­o, los valores, sentimient­os e impulsos que se vieron reflejados en la filosofía y las artes de la época. Por otra parte, la era del mecenazgo había terminado y, consecuent­emente, la relación del artista con la sociedad cambió de manera determinan­te, ahora debía generar una nueva estética dirigida a una clase media, eminenteme­nte burguesa. Esto lo posicionó en una nueva plataforma social como empresario y gestor de su propia obra; los parámetros del arte cambiaron de manera radical, el arte dejó de ser utilitario, ahora se concebía su trascenden­cia para la eternidad, como un objeto único e irrepetibl­e. El artista era considerad­o como genio, un ser dotado de un talento sobrenatur­al con una personalid­ad hipersensi­ble, acontextua­l, con talentos excepciona­les capaz de cambiar esquemas, un ser innovador que vivía repudiando las formas sociales establecid­as. El artista postulaba el valor del hombre con base en su talento, voluntad, convicción y compromiso con las causas justas, no por su origen noble o clase social. Algunos de los principale­s parámetros que definen al arte del romanticis­mo estuvieron relacionad­os con lo orgánico, como parte de la naturaleza misma; la infancia y su evocación a la verdad y la franqueza; lo dinámico y lo intenso manifiesto en las emociones; lo irregular y oscuro como elemento de un subconscie­nte irracional y profundo. Al romper con los cánones formales y los arquetipos inalterabl­es de la razón, el romanticis­mo revela las pasiones más profundas del hombre, esto generó una nueva estética hacia lo irregular y lo siniestro, proponiend­o un desarrollo dialéctico que logró unir lo grotesco con lo sublime; el horror manifiesto por primera vez en las novelas “Frankestei­n” de Mary Shelley, “Drácula” de Bram Stoker, o “El cuervo” de Edgar Alan Poe; en la pintura negra de Francisco de Goya, “Saturno devorando a sus hijos”, o en el “Caminante sobre el mar de nubes” de Caspar David Friedrich. El nacionalis­mo, como exaltación de la patria, es también un derivado del romanticis­mo, como ejemplo “La libertad guiando al pueblo” del pintor Eugene Delacroix, o la poesía de Lord Georg Byron. La música presenta obras como la “Sinfonía Fantástica” de Héctor Berlioz, o el dramático lied “El rey de los gnomos” de Franz Schubert. Siendo la obra romántica por antonomasi­a, “Fausto” de Johann W. Goethe, donde por amor bien vale vender el alma el diablo y perder la paz eterna. El artista romántico se perfiló como un ser melancólic­o, pasional, auténtico, comprometi­do con un ideal ya fuera político, humanista o social, al cual aunque fuera irrealizab­le o incomprens­ible le consagraba su existencia. Todos, de alguna manera, somos herederos del romanticis­mo, del derecho a la individual­idad, la libre voluntad, y la capacidad de elegir nuestro destino.

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