Una entrada digna
Viajar, hasta que llegas a tu destino, se ha vuelto una pesadilla. Los aeropuertos se convierten en lugares inhóspitos y hostiles. Los aviones, otro tanto. Debía alguien pensar que son puerta de entrada a un turismo, que puede suponer una enorme fuente de ingresos para cualquier país.
Ylos de la Ciudad de México, de llorar. La desorganización a su máxima expresión. Arreglan la Terminal Uno, medio la pintan y alargan el trayecto a las salas de abordaje, que sería más fácil irse a correr un maratón. Hay a quien le parece tema poco importante, en vista de que sólo un treinta y pico por ciento de la población lo usa. Al resto le es indiferente o, de acuerdo a como se los promocionó López Obrador en campaña, un insulto el gasto, por lo que, de consultárseles, votarán para que se suspenda la obra.
En qué cabeza cabe tirar por la borda la millonada que ya se invirtió. Escuchar al futuro secretario de Comunicaciones, Jiménez Espriú, da grima. Para él, con arreglar las pistas del de Santa Lucía basta y sobra. Se ve que quien fue ingeniero progresista, con la edad se revistió de dinosaurio.
Amén de la desazón de tener que recorrer laberínticos pasillos, para alcanzar migración, lo peor es poderte ¡bajar del avión! La aeronave aterriza y el piloto advierte que permanezcas sentado hasta nuevo aviso. Se detiene a la espera de poder cruzar, a donde habrá de estacionarse, lo cual le lleva hasta media hora. Volteas a ver la cara del resto de los pasajeros y ¡bufan!
Hartos del vuelo, de la claustrofobia inherente al estar encerrado horas, en un espacio en el que apenas te caben las piernas (en posición de pollo rostizado) y si el de adelante —como todos hacen—, te echa el asiento para atrás, la falta de aire te asfixia. La única aspiración es salir de esa lata de sardinas.
La loca de la casa (el ingenio) se lanza a funcionar: Estás en peligro, detenido en mitad de un camino por el que atraviesa otro avión cada minuto y en una de
esas, chocan. Se conoce la habilidad de nuestros controladores aéreos, pero todo tiene un límite, cuando se rebasan las capacidades reales.
Quien no sea consciente de que, el conocido como Benito Juárez ya no sirve, está en la baba. Como primera impresión para un extranjero, es deplorable y negar o rechazar las posibilidades de esa industria (¿O no señor Torruco, futuro mandamás del ramo? es de locos.
Los economistas insisten en que, el proyecto en marcha es viable financieramente y producirá buenos dividendos. El pago del TUA (Derecho de aeropuerto), acabará dando gruesos ingresos a las arcas públicas. El complejo proporcionará un alto número de empleos y, sin lugar a dudas, representará un fuerte crecimiento para la zona. Más ventajas que desventajas. Carlos Slim sugirió que se concesione a la iniciativa privada, como se ha hecho con tantos otros en la República. Si a AMLO le disgusta esa inversión, tiene una buena salida.
¿Que hay que analizar con lupa los contratos actuales y evitar la corrupción? Por supuesto. Nadie está en contra de que se acabe con la robadera y se sancione a cuanto sátrapa se aproveche de los dineros públicos.
Lo que es aberrante es la estulticia de Santa Lucía, inaccesible, desde el punto de vista de la vialidad y que sólo quedaría a manera de un parche, a la corta, igual de desastroso que el existente.
Pero se les ha metido en la cabezota, así sea una idea retrógrada, estulta e inútil. Dioses: ¡qué futuro tan negro!