México, país de gordos
México se mantiene como el país con la tasa más alta de obesidad en adultos en América Latina —y el sexto con más índices en niños y adolescentes—, una tendencia que se marcó desde hace 24 años, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) que favoreció el ingreso de alimentos chatarra.
Al año pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló en su informe que la tasa de obesidad de adultos en México es de 28.9% de la población, seguida de Argentina (28.3), Chile (28.0) y Dominica (27.9%).
Además, es el sexto país con más índices de obesidad de niños y adolescentes: el 17.5% de la población de entre cinco y 19 años de edad padece esta enfermedad. Debemos estar preocupados porque el llamado “síndrome metabólico del sobrepeso y la obesidad” se ha convertido en una epidemia social que afecta a más de 60 millones de mexicanos.
Pero ¿qué es la obesidad? Podríamos decir que es una enfermedad de las más graves que se manifiesta porque las reservas naturales, almacenadas en el tejido adiposo de los seres humanos se incrementan hasta un punto que se asocia con ciertas condiciones de salud. De esta manera, al tiempo que se deforma la masa corporal de los obesos, se establece un vínculo con otros padecimientos peligrosos, incapacitantes, crónicos, dolorosos. Quizá ya no deberíamos preguntarnos por qué ha crecido el número de enfermedades que cursan con sufrimientos constante como los males cardíacos, la diabetes, algunas formas de cáncer, la hipertensión arterial, los dermatológicos, los gastrointestinales, los osteoarticulares, los neurológicos… en fin.
El sobrepeso y la obesidad son un asunto de vital importancia que requiere soluciones urgentes, inmediatas, y que sólo en 10 años, según los datos oficiales, la obesidad aumentó —en grupos de edad entre 5 y 11 años de edad— ¡los niños! en un alarmante 77%, y de seguir esta tendencia, dentro de unos años este mal representará una carga financiera de 100 mil millones de pesos.
Tomemos en cuenta que la obesidad no distingue color de piel, edad, nivel socio-económico, sexo o situación geográfica. No nos engañemos, los prejuicios nos muestran imágenes de niños gordos con una gran presencia física y una fortaleza envidiable. Recordemos que la publicidad vende fantasía.
Pero ¿qué pasa con los modelos de enseñanza que tienen que ver con hábitos alimenticios que aseguren una condición física saludable permanente?
A este respecto, las cifras oficiales indican que hace unos 20 años, 20% de los niños presentaban el síndrome metabólico básicamente por el incremento
en el consumo de bebidas carbonatadas y con demasiada azúcar, pero también por la falta de actividad física o por la aplicación desorganizada de programas que tienen que ver con el desarrollo integral de los menores. Otros indicadores revelan que 9 de cada 10 niños presentan deficiencias de tipo alimenticio, propiciadas porque en los últimos 30 años se dejaron de consumir frutas en 30%, leche en 27% y claro, porque la comida chatarra ha desplazado a los alimentos nutritivos en las preferencias del gusto infantil. Esto es el resultado de la carestía de la vida. La niñez es el segmento de la población que más sufre estas vejaciones.
Encontramos golosinas que proporcionan muchas calorías vacías y nada de nutrición, cero fibra, cero vitaminas, cero minerales, sólo azúcar, y últimamente otras variaciones aún más peligrosas como la dextrosa o sucralosa. Las frituras son cualquier alimento que sea frito en aceite, que lo absorbe en grandes cantidades, llamémosles papas, chicharrones, churritos, tostaditas, etcétera. Está demostrado que el aceite, al calentarse desata reacciones químicas potencialmente cancerígenas.
No se ve esto en los alimentos naturales como las verduras o frutas, donde el aceite no refinado es digerido por el organismo de manera sana. Los pastelillos tienen como ingrediente principal la harina blanca que fomenta la acumulación de grasa corporal. Si usted quisiera hacer engordar a alguien, o peor aún, hacerlo enfermar, podría darle de comer diariamente pasteles, donas, frituras y caramelos. Remato con los refrescos gaseosos cuyo ingrediente fundamental es el azúcar en demasía. Lleva saborizantes y ácidos artificiales, requiere más azúcar para que el paladar lo perciba balanceado o agridulce.
Mucho tiene que ver la vida sedentaria, la educación de padres y maestros, las demasiadas horas frente al televisor y la computadora, el tiempo en exceso disfrutando de los juegos electrónicos, el estrés que destila su veneno constante y permanente en forma de enfermedades psicoanalíticas.
Recapacitemos. No podemos seguir aprisionados en una red de prejuicios y modelos tradicionales de convivencia social. El futuro de los mexicanos no puede estar ligado a la enfermedad.