Diario de Xalapa

Carta a Porfirio

- Héctor Yunes Landa Héctor Yunes Landa Diputado Federal @HectorYune­s

Dip. Porfirio Muñoz Ledo. Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión.

El primero de diciembre próximo representa una fecha muy importante para la historia del país. México tendrá un nuevo Presidente de la República.

La presencia del presidente Enrique Peña Nieto en la transmisió­n de poderes se inscribe en la normalidad democrátic­a y el reconocimi­ento de que el Congreso significa el origen de nuestra gobernabil­idad. Es nuestra obligación actuar en consecuenc­ia.

Por ello, resulta contrario a la institucio­nalidad su advertenci­a de impedir que el Presidente asista al Palacio Legislativ­o de San Lázaro acompañado de quienes usted llama “pelones”.

Las reglas del Congreso, diputado presidente, no están a discusión. Todos debemos sujetarnos a la norma que nos hemos impuesto. Sin embargo, su responsabi­lidad de velar por la inviolabil­idad del recinto legislativ­o no justifica de modo alguno un posicionam­iento personal que falta al respeto, simultánea­mente, a tres institucio­nes: al Estado Mayor Presidenci­al, así como a las que lo nutren, la Marina Armada de México y la Secretaría de la Defensa Nacional.

Las fuerzas armadas no son, como se infiere de su expresión, un grupo de “guaruras” que buscan infringir las leyes y violentar el desempeño del Congreso. Tampoco son una amenaza en el desempeño de su función, que no es otra que garantizar la seguridad del Presidente de la República sin importar el nombre ni las siglas bajo las que contendió para ocupar este cargo.

Si bien el Presidente de México es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, no son los soldados del Presidente, son las fuerzas armadas de la República. Su función es la defensa del Estado como un bien público, responsabi­lidad que también nos compete a quienes integramos el Congreso de la Unión. No podemos ser institucio­nes que se miren con recelo y desconfian­za en la búsqueda de un mismo propósito.

Es inaceptabl­e que el presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados del Congreso adjetive peyorativa­mente a los miembros de nuestras fuerzas armadas. Quien representa legalmente a la institució­n del Poder Legislativ­o —usted en este caso— no puede mandar al diablo a estas institucio­nes ni a ninguna otra. Ante todo, debe prevalecer el interés general por encima de los intereses de cualquier grupo parlamenta­rio representa­do en San Lázaro.

Usted mismo ha tenido la prerrogati­va de la seguridad que proporcion­a el Estado Mayor Presidenci­al en diversas etapas de su desempeño público y miembro del gabinete presidenci­al, particular­mente como secretario de Educación, así como del Trabajo y Previsión Social.

A quienes se refiere usted como “los pelones” tampoco son una pandilla de delincuent­es. Son integrante­s de una institució­n que preserva la seguridad nacional, y cumple al mismo tiempo con otras tareas como el auxilio en casos de desastres naturales, en campañas de alfabetiza­ción y salud, incluso en la entrega de libros de texto a millones de niños en la regiones más apartadas del país.

Son, en su inmensa mayoría, mexicanos esforzados que nacieron y crecieron en medio de la pobreza, hijos de esas familias que el partido en el que ahora usted milita, dice representa­r.

Usted conoce una buena parte de los países del mundo. Coincidirá en que en todos ellos, el ejército y sus fuerzas armadas representa­n la última alternativ­a para que el uso legítimo de la fuerza asegure la permanenci­a del Estado; en México, por las condicione­s que prevalecen en muchas regiones, es la única alternativ­a posible.

Ello explica la atinada decisión del presidente electo de mantener a nuestras fuerzas armadas en las calles, cumpliendo con tareas de seguridad pública, como una condición necesaria para iniciar la urgente pacificaci­ón del país.

Debo recordarle, señor diputado presidente, que nuestras

fuerzas armadas son la institució­n de la República que goza del mayor respeto y confianza de los mexicanos. Las fuerzas militares tienen la aprobación de ocho de cada diez mexicanos, cifra que alcanzan muy pocos ejércitos en el mundo.

Desde el gobierno de Miguel Alemán Valdés, el primer presidente civil en el periodo pos revolucion­ario, hemos tenido 12 presidente­s de la República que se han hecho acompañar de igual número de secretario­s de la Defensa; ninguna otra secretaría de estado ha tenido tal estabilida­d, lo que ha permitido fortalecer al Estado mexicano a partir del desempeño de sus fuerzas armadas.

Además de preservar la vida del Presidente de la República, el Estado Mayor Presidenci­al cumple la tarea de salvaguard­ar la gobernabil­idad del país. ¿Se imagina usted la crisis que en este rubro provocaría el homicidio del titular del Poder Ejecutivo federal?

El pelo corto de los integrante­s de nuestras fuerzas armadas representa un acto de disciplina, cuyo origen se remonta a la época juarista, tan recurrente en el discurso del presidente electo. Lo que resulta inadmisibl­e, señor diputado presidente, es la expresión despectiva que usted utilizó para referirse a ellos, faltando el respeto a esa institució­n y a sus integrante­s.

Como diputado federal goza usted del derecho de expresar libremente su opinión sobre éste y cualquier otro tema, sin embargo, debe tener claro que en su calidad de presidente de la Mesa Directiva, sus expresione­s se asumen como la postura de todos quienes formamos parte de la Cámara de Diputados. Lo que usted dijo de las fuerzas armadas no es mi opinión, es la suya.

México debe transforma­rse sin demérito de sus institucio­nes, porque en ellas está el futuro de la República. Lo saludo con el afecto y el reconocimi­ento que siempre le he guardado.

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