Diario de Xalapa

Encienden... apagan

- POR JOSÉ CRUZ DOMÍNGUEZ OSORIO/ Colaborado­r josecruzdo­minguez@gmail.com

Después de que a Rubencito le celebraron su fiesta, porque ya había cumplido sus ocho años, le dio por ir a hacerle compañía a su abuelo Santiago cada tarde, cuando el señor llegaba en busca de la piedra situada bajo las ramas de un viejo cedro.

El abuelo le contó que siendo niño, más pequeña de la edad que acaba de cumplir Rubencito, le gustaba mirar cómo prendían y apagaban las luciérnaga­s que volaban al anochecer por las parcelas de alrededor de su casa. Antes de que mi mamá cerrara la ventana me decía: Mira Santiago ven a ver las lucecitas que están flotando en el campo, ven. Y yo iba, Rubencito, y lo que veía me ponía tan contento, como ahora recordarlo y estártelo contando. —¿Y qué más abuelo? —Pues mira, continuaba don Santiago, una vez mi mamá y mi papá me llevaron a donde está el cerco para verlas un poco más de cerca. Y nos fuimos, recuerdo que mis manos se apoyaban en el hilo de metal de la cerca que dividía a los potreros. Y empezaba una, después otro, y muchas tantas más encendían su lucecita que llevaban en su cuerpo. Contó don Santiago a su nieto.

—¿Y por qué tienen luz en su cuerpo?, quiso saber Rubencito. ¿Por qué encienden y luego apagan? ¿Qué las hace encender su luz? ¿Y tú no les soplabas abuelo como cuando debemos apagar la vela que hay en el pastel? Tantas respuestas quería escucharle el nieto a su abuelo.

—No. Jamás se me ocurrió soplarles. Me conformaba con ver esas luces que volaban y volaban sin cansarse yendo de un lado a otro revolotean­do sobre la nada, prendiendo y apagando su luz. Y de todo eso no me he podido olvidar, Rubencito.

Santiago había fijado su mirada a una loma que desde ahí se podía ver. Rubencito con su mirada fija en el rostro del abuelo quería saber y conocer más sobre esas luces que flotaban sobre el monte llevando una luz encima.

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