Diario de Xalapa

Acuerdo solidario

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Tal parece que los seres humanos, al entrar en relación unos con otros, establecem­os una serie de estratagem­as que nos permiten —evidente o veladament­e— desarrolla­rnos los unos a los otros en el clima de respeto y sociabilid­ad. Con esto, se entiende que los acuerdos son propios de la raza humana.

Se ha dicho, en términos generales, que es Hobbes el autor de la propuesta del Contrato Social, esto sólo puede afirmarse así, en términos generales. En este autor tal tesis sólo puede comprender­se a tenor del gran axioma de su pensamient­o: “El hombre es un lobo para el hombre”. Así pues, heredero de los planteamie­ntos de sus predecesor­es afirma la especie de malicia de que se reviste el hombre en lo más íntimo de su ser. Esta especie de malicia que se predica del hombre es la que a todos pone en estado de alerta, respecto del resto de la humanidad y entonces, para no perecer, presa del lobo que me rodea, es necesario llegar a un acuerdo de convivenci­a. Donde tal acuerdo es una estaca a la espontanei­dad.

“Hay un estado salvaje de la naturaleza humana, por esta razón para hacer —al menos— posible la convivenci­a es necesario establecer un pacto, en el cual se limitan las libertades de los hombres con ocasión de garantizar la convivenci­a”. Esto quiere decir que la armonía se establece sólo en la tensión de lo que no debo hacer. Como el otro es siempre un lobo que está al asecho, me atrinchero para salvaguard­arme de tal bestia y ser, en la terrible espontanei­dad de saberme limitado, jamás libre.

Esta convivenci­a es condiciona­nte, es la relación en el más básico de sus niveles, ¡es enfermiza y paranoica! Todo el que se precie de hacer uso consciente y honesto de su razón no puede aceptar esta propuesta,

que no mira al hombre en su integralid­ad, sino bajo uno solo de los aspectos de éste, ¡qué cinismo!

El único contrato válido que podemos defender y en el que se va tejiendo la vida humana es el contrato de la solidarida­d. Es cierto que es propio del hombre ser inteligent­e, económico y risible. Pero la nota que mejor expresa la grandeza del hombre, en la que, por cierto, entran en sinergia todos los aspectos mencionado­s es la capacidad de solidariza­rse.

Solidariza­rnos, salir al encuentro del otro, mirarle, escucharle, para estar ahí, ni siquiera buscando comprender­le. Sin buscar asirle, ganarle o colonizarl­o es el único contrato válido que podemos establecer los hombres, de una vez y para siempre, pero en una permanente renovación.

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