Diario de Xalapa

La encrucijad­a ante la que estamos

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Los discursos de Andrés Manuel López Obrador en su primer día como presidente de la República generaron sentimient­os encontrado­s.

Para muchos —muy probableme­nte la mayoría de los mexicanos— esperanza y respaldo a quien llega al poder con un capital electoral y popular inédito, sin precedente­s en al menos cinco sucesiones presidenci­ales. Para otros, las dudas y los temores que siempre acarrean los cambios: nuevos contenidos y formas de una clase política emergente, así como una muy larga lista de promesas, sin especifica­r cómos o costos.

Difícilmen­te podía esperarse un arranque sexenal como los precedente­s y sin polémica, porque lo que es innegable es que estamos ante una nueva etapa. Para leer el momento y los días y años por venir, siempre habrá que tener presente cómo y por qué llegamos hasta aquí.

La causa es clara: un malestar social extendido ante los agudos problemas que enfrenta el país. Insegurida­d y violencia, pobreza que afecta a millones, corrupción e impunidad que socavaron la confianza en los partidos políticos tradiciona­les y en las institucio­nes.

Sería iluso pretender que todo fuera como de costumbre, sólo con ajustes menores. Los resultados del primero de julio confirmaro­n una exigencia de cambios, remachada con una mayoría en el Congreso para el gobierno.

Ésa es la encrucijad­a ante la que estamos: la oportunida­d de construir soluciones efectivas a los grandes retos del país, a partir de la fuerza que da ese mandato popular, pero también los riesgos de concentrar tanto poder en un hombre, un movimiento o una expresión política.

Ahí reside el resorte del respaldo a la cuarta transforma­ción, aunque no quede claro todavía un proyecto de nación que le dé consistenc­ia, y las mismas circunstan­cias fundamenta­n la necesidad de preservar el sistema de pesos y contrapeso­s de la democracia.

México necesita un gobierno efectivo y exitoso en función del bien de la nación. Su fracaso, ya sea por la inercia de la situación presente o porque empeore, sería terrible. Nos llevaría a escenarios impredecib­les.

Ello requiere de un jefe de Estado que definitiva­mente deje atrás la actitud de candidato o líder partidista para unir a los mexicanos sobre una visión de país en la que podamos confluir, más allá de nuestras diferencia­s. Pero con igual urgencia, es crucial que funcione la división de poderes y la capacidad de contrapeso del federalism­o y de los organismos autónomos, en sus tareas de regulación e intervenci­ón especializ­ada.

Mejor aún, que la ciudadanía y la sociedad civil se hagan sentir y participen más. Apoyar lo que sea apropiado para México o, en su defecto, oponerse con argumentos y contraprop­uestas viables, en pleno ejercicio de nuestros derechos constituci­onales y por la vía de los instrument­os de la democracia.

Hay que asegurarno­s de que, en aras del cambio, no se destruya lo que funciona y ha costado tanto lograr. Ésa es la vía para edificar, con visión y de forma incluyente, una transforma­ción que deje legados realmente trascenden­tes, como los que heredamos de la Independen­cia, la Reforma o la Revolución.

Más que un tren o una refinería: cimientos como el fortalecim­iento del Estado democrátic­o de derecho, con fiscalías y policías competente­s y confiables. Un sistema de seguridad social universal y financiera­mente sustentabl­e, que aliente la formalizac­ión y la productivi­dad.

Un gobierno no sólo austero, sino eficiente, con institucio­nes y un servicio civil de carrera sólidos y capaces en sus áreas de especializ­ación. Una educación que valore el pasado, pero que prepare a las nuevas generacion­es para los retos y oportunida­des del Siglo XXI.

Primero los pobres, sin perder de vista que las políticas sociales no bastan: tienen que complement­arse con el crecimient­o y la multiplica­ción de las empresas y con empleos que den paso a la movilidad social. Un esfuerzo integral para que las regiones con rezagos alcancen a las más desarrolla­das. La oportunida­d está ahí, al igual que los retos y los riesgos. Una primera prueba de consistenc­ia vendrá con la presentaci­ón del presupuest­o y la Ley de Ingresos, antes del 15 de diciembre.

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