Diario de Xalapa

La muerte de Francisco Toledo y Camilo Sesto

Dos grandes murieron estos días. El gran Francisco Toledo, pintor oaxaqueño y gloria del mundo, a quien la gente le rindió mejor homenaje que las autoridade­s.

- GILBERTO HAAZ DIEZ www.gilbertoha­azdiez.com

El otro lo fue Camilo Sesto, gran cantante mundial. España le llora. A sus 72 años dejó de existir y su gente lo anunció en tuiter. A la mañana siguiente, cantantes como Raphael (Buen viaje, querido amigo) y Julio Iglesias y Bosé y políticos desde el presidente de España, hasta los presidente­s de partidos, le dieron su responso, que descansara en paz. Vendió en su carrera 175 millones de discos y un día en el Madison Square Garden metió a 45 mil asistentes. Yo lo recuerdo aquí en Orizaba, en mis tiempos de empresario artístico, aquí lo traje un buen día a un concierto, lo representa­ba en México el gran Hugo López, un buen día se convirtió en el manager de Luis Miguel, personaje que aparece mucho en la película que estrenó Netflix y ahora repite Televisa. Recuerdo aquel evento, un lector en Facebook, historiado­r orizabeño, Armando López Macip, dice que fue en 1978, y el gran Said Ferrer se acuerda de ese concierto. Recuerdo que se realizó en el Cinema Orizaba, lleno total, las 4 mil butacas con todo y gayola, a reventar. Un excelente concierto, una de mis hijas, pequeña, Marimar, subió a darle un beso y un ramo de flores, lo que hizo que el griterío de las chicas se sublimara. Así lo recuerdo, que ambos descansen en paz. Cada uno, en su giro, le dio gloria a su arte, el canto o la pintura. Los diarios españoles, El País y El Mundo, le elogian y dan cuenta de su vida musical. La escritora Carmen Rigalt le escribió: “Empezó siendo un ídolo y acabó siendo un fenómeno”. En El País reviven aquel recital en Palma de Mallorca, con 16 mil espectador­es, cuando le cantó a su señora madre, ahí presente, su tema Perdóname, y rompe en llanto, poniendo de pie a todos, hasta a la gran Rocío Dúrcal, allí presente. Emotivo video.

LA COMIDA JALAPEÑA

Cuando hay tiempo suelo dar una caminata por el centro histórico de Xalapa. Cruzo sus callejones, veo sus bellas cafeterías, me detengo con un músico urbano que tiene a su niño aburrido a un lado, a esa edad los niños deben andar jugando, no oyendo el acordeón que toca el padre, pero la vida es así, hay gente que no se rinde y busca en el arte de la música unas monedas para sobrevivir, le dejé unas al niño aburrido; veo los edificios coloniales como los hay en Orizaba, después de caminar por el Edificio Enrí

quez, donde hay libreros como en Madrid, al pie, y comprar uno de Denegri para obsequiar a mi amigo, el magistrado Alberto Sosa Hernández, me tocó entrar a uno llamado Casino Jalapeño, una casa colonial, bellísima, donde se ve la mano del gran empresario Manolo Fernández, se habilitó hace unos meses como restaurant­e y se respira quietud, quedamos de ir a comer próximamen­te a ese sitio cultural del sector privado desde 1869. Me hizo una tour el dueño del restaurant­e, Fabio, tiene un auditorio para 100 personas y una librería impresiona­nte. Los datos son de Manolo, el palacete se le debe tanto a los gobernador­es: Juan de la Luz Enríquez como a Teodoro Dehesa, hay una placa donde se muestra a los presidente­s de Xalapa y sigue siendo el lugar cultural de la sociedad jalapeña. Una vieja caja registrado­ra. Un buen sitio, me tomé una foto en la escalera que asemeja a aquella de la película “Lo que el viento se llevó”, y entonces comimos juntos, en el Casino Español. Los contertuli­os de siempre, unos diez o doce de la mesa de `Cada quien paga lo suyo', como en el Brindis del Bohemio charlamos y comimos la comida corrida, que es buena. Ese día la política temblaba apenas le habían dado golpe de estado a Winckler y era la comidilla del día, luego, por la tarde casi noche el secretario Alfonso Durazo le dio el puntillazo acusándolo que no colaboraba con los otros niveles de gobierno, y le daba la bienvenida a la mujer fiscal, conclusión, se apuesta doble contra sencillo que Jorge Winckler no regresa a ese sitio, algunos sugieren que busque un asilo en algún país, Canadá o el que sea, porque, como él mismo lo explicó, está sin seguridad ni escoltas y ni autos blindados, y como combatió duro a la maluria está muy expuesto él y su familia. Conocedor de esos laberintos, arguyen que Winckler ya se amparó. Porque cuando la bola de nieve baja desde el altiplano, no hay quién la detenga. Tema que se agotó muy rápido y pasamos a los temas del periodismo, a comentar el libro de Enrique Serna sobre Carlos Denegri, “El vendedor de silencio”, que ahora leo a cuentagota­s por las noches, para entender uno de los capítulos más nefastos y de poder del periodismo de aquel México que ya se fue. Pero esa es otra historia.

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