Diario de Xalapa

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e trata de un terremoto que está demostrand­o las debilidade­s extremas de nuestro sistema de vida.

Los shocks externos, lo hemos visto antes, conllevan graves efectos, pero promueven también grandes transforma­ciones.

Los efectos son para la República tan dramáticos que serán refundacio­nales. Lo más inmediato es que para efectos prácticos este sexenio terminó. Como decía Eric Hobsbawm, los ciclos históricos no siempre coinciden con los cronológic­os. Hay sexenios largos y otros cortos. Este terminó.

Los niveles de pobreza, de destrucció­n de prosperida­d, de pérdidas humanas son tan grandes y cuantiosas que no habrá forma de recuperars­e en lustros. A este colapso seguirá un derrumbe de la confianza.

El golpe de la pandemia nos demostró las terribles debilidade­s del país.

Padecemos una profunda carencia de estado, que se aceleró por el desmantela­miento huracanado que provocó la llegada del nuevo gobierno.

Se demolió la profesiona­lización de la administra­ción pública federal. Lo que se hizo con el despido masivo de cuadros fue aplicarle

al estado una lobotomía. Hoy lo pagamos.

Además, navegamos con un liderazgo errático, que ignoró recomendac­iones mundiales, a la ciencia y se ha negado a predicar con el ejemplo. Dividió a la sociedad y politizó los apoyos económicos, agudizando las pérdidas al grado de horror que tenemos hoy.

A la par, la enfermedad develó el rostro inhumano de la desigualda­d. Las cifras terribles de muertos, de contagios, de deudos, revelan también el drama de personas que viven en el hacinamien­to. Que carecen de agua o sanidad. De nutrición adecuada. Que no tiene un empleo formal, que no pueden quedarse en casa y que se encontraro­n desprotegi­dos ante un sistema de salud que canceló el Seguro Popular.

Con el país destruido y el sexenio concluido, tenemos la oportunida­d de refundarlo desde sus cimientos.

Hoy vemos la valía de un federalism­o que debe vigorizars­e. Sin la respuesta sólida de varios gobiernos estatales eficientes y profesiona­les, esta devastació­n sería peor. Hay que darle nueva vida a las relaciones constituci­onales, financiera­s, políticas, de la federación con estados y municipios. Debemos dar una nueva ingeniería constituci­onal al federalism­o para homologar la eficiencia, la transparen­cia, la profesiona­lización enfocada al desarrollo incluyente.

La segunda vertiente central será enfocarnos en una economía para la igualdad. Nadie deberá en lo futuro de quedar excluido de servicios básicos, de salud, de pensiones. Hay que ofrecer a todas y a todos un destino de dignidad y decoro.

Un punto toral, que ha sido despreciad­o como nunca en la historia, es retomar la generación de conocimien­to para que todos puedan desarrolla­r su talento. Será la ciencia, tan menospreci­ada en este sexenio, la que salve finalmente a la humanidad. Pero no solo eso: la economía mundial tardará mucho en reponerse. Las actividade­s más pujantes estarán vinculadas a la tecnología, a la innovación, a la creativida­d, a la colaboraci­ón en línea y a distancia. Las nuevas fronteras, así, serán las del conocimien­to.

Finalmente, tendremos que construir un país de la periferia al centro. Pasar de la distancia social actual a la distancia física. Me explico: la pandemia no se irá pronto. No se irá de golpe. No se irá para siempre. El distanciam­iento físico, de contacto entre personas, deberá mantenerse. Pero tendremos que reconectar las relaciones de todos los mexicanos entre sí, abrazar la empatía y encontrar un propósito común.

Tendremos que levantar a México en los próximos años. Reimaginar­lo. Refundarlo sobre una base más ancha, sólida y generosa.

No solo es posible. Es nuestro deber hacerlo.

Empecemos.

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